Figura del rock y la canción

Llorenç Santamaria: "Hoy hay gente a la que no se puede llamar cantantes, son otra cosa"

El intérprete y compositor mallorquín, afincado en Barcelona, voz de éxitos de los años 70 como ‘Para que no me olvides’ y ‘Si tú fueras mi mujer’, ofrece este jueves en el teatro Victoria un concierto encuadrado en su gira de despedida

La mejor música es la de mi juventud (y otras fantasías)

Llorenç Santamaria, fotografiado antes de su concierto en el teatro Victoria en su gira de despedida

Llorenç Santamaria, fotografiado antes de su concierto en el teatro Victoria en su gira de despedida / Jordi Cotrina

Jordi Bianciotto

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Lorenzo Santamaría iba para figura del rock y el soul al frente del grupo Z-66 hasta que su discográfica le propuso un cambio de rumbo: era allá por el año 1970, las bandas parecían estar en decadencia y se estilaban los solistas. “Se pusieron a tantear a los cantantes de grupos, como Camilo Sesto, que estaba en Los Botines, o yo mismo”, recuerda. “Estuve un mes dándole vueltas, me costó mucho decidirme, pero me convencieron”. Y el mundo ganó un señor cantante melódico destinado a causar estragos con hitos como ‘Para que no me olvides’ o ‘Si tú fueras mi mujer’, que ahora revive en la presentada como ‘Gira despedida’, que recala este jueves en el teatro Victoria. 

Él era, en un principio, Llorenç Rosselló, el joven mallorquín de Santa Maria del Camí un día impresionado por el Elvis Presley de ‘Jailhouse rock’ (“acostumbrado a los melódicos italianos y franceses fue un impacto: ‘¿pero esto qué es?’”), admirador luego de Eric Burdon, Ray Charles y Otis Redding, cuyo grupo Z-66 fue la sensación de los clubs de la plaza Gomila, el epicentro nocturno de Palma en aquellos años 60. Uno de ellos, Sgt. Pepper’s, era regentado por Mike Jeffery, mánager de Jimi Hendrix, quien protagonizó su inauguración, el 15 de julio de 1968 (en la única actuación que ofreció nunca en España), y subió al día siguiente al escenario a tocar con Z-66, grupo contratado para tocar cada noche. “Hendrix tenía siete u ocho guitarras en el camerino y cogió una Gibson Les Paul a tocar un tema o dos de blues con nosotros. Yo ni me atreví a cantar, estaba cagadito”, recuerda Santamaría. “Luego él le regaló un pedal rojo ‘fuzz’ a nuestro guitarrista, Vicent Caldentey”.

Carretera y manta

Z-66 tuvo su recorrido a través de éxitos como ‘Noches de blanco satén’ (adaptación del éxito de The Moody Blues), pero en el seno del grupo afloraron las discrepancias, y el empeño de EMI-Odeón en proyectar a su cantante como solista acabó imponiéndose. ‘Canto al amor’, tema basado en la ‘Sinfonía inacabada’, de Schubert, intento de emular el impacto del ‘Himno a la alegría’, de Miguel Ríos, “no funcionó”. Pero ‘Por ese amor’ tuvo más suerte, y ya en 1975 llegó el ciclo de esplendor a partir del álbum ‘Para que no me olvides’. Éxitos firmados por Ray Girado, el barcelonés Rafael Gil, ya fallecido. 

Días de carretera y manta, “recorriendo España con un Renault 12”, recuerda el ya entonces bautizado como Lorenzo Santamaría. “Me dieron el premio al artista más contratado: 150 bolos en un año. Fue frenético, pero con veintitantos años lo aguantas todo”. Estuvo a punto de ir a Eurovisión, en 1976, con ‘Si tú fueras mi mujer’, pero una votación popular se decantó por Braulio (y su ‘Sobran las palabras’). “Eran cosas de las compañías de discos. Yo estaba en otra onda mental”, cavila, desinteresado en hinchar su leyenda de galán rompecorazones (“yo era un tío bastante reservado, no salía mucho”) y que acabó desarrollando una desafección hacia el ‘show business’ y sus peajes. “Alfredo Fraile, el mánager de Julio Iglesias, me llevó dos veces a América, de Miami a Argentina, pero aquel trajín de fiestas y compromisos con autoridades no lo aguantaba. Siempre acababa yendo a Mallorca, a desintoxicarme”.

Un chiringuito de Castelldefels

Tras un intento de volver a los orígenes (‘Quise ser una estrella del rock and roll’, 1978), dio un giro a su carrera adentrándose en el cine, cantando en catalán y cambiando el ‘Lorenzo’ comercial por Llorenç. “Yo había estado viviendo en Madrid dos o tres años, y Francesc Bellmunt, con quien hice ‘Pa d’àngel’, me llevó a comer una paella a un chiringuito de Castelldefels. Allí me pregunté qué hacía yo en Madrid”. El álbum ‘Entre cella i cella’ (1985) trajo un punto de inflexión, seguido de otros discos hasta llegar al balance del camino andado reflejado en el reciente ‘Para que no me olvides’, disco en el que ha regrabado canciones de toda su carrera. 

La pandemia le hizo tomar una decisión: “si salgo de esta, me retiro, pero cantando”, explica. “Vi que estaba más o menos en forma y que no había perdido la voz”. La ‘Gira despedida’ le está dando más trabajo del que podía esperar. “España es muy grande: ahora voy a Las Palmas, Tenerife, Miranda de Ebro, Valencia, Albacete, Gijón…” Agotadas las entradas del Victoria, sopesa buscar fecha para otro concierto en Barcelona. ¿Noches propensas a la dulce melancolía? “No soy nada nostálgico, aunque la nostalgia es algo que empleo. Pero he hecho discos de los que nadie se ha enterado, porque a la gente no le interesa las cosas nuevas y me tengo que basar en lo que ya he hecho”. 

A propósito del uso de la tecnología para moldear la voz, tan corriente en el pop actual, recuerda la indicación de Eric Burdon, cuando lo vio cantando en la sala Toltec, de Palma, con Z-66, utilizando un aparato de eco Binson. “Me miró y me dijo: ‘el eco no está ahí, está aquí’, señalando su garganta”. Pero no hay animadversión hacia la música urbana. “He escuchado a Morad, a través de mi hija Caterina, de 20 años, y tiene cosas que me gustan. Aunque hoy hay gente a la que no se puede llamar cantantes. Son otra cosa: dicen, recitan… Y lo hacen bien, pero no son cantantes”.