'La bestia' de Bertrand Bonello: una obra exótica, compleja y esotérica sobre el amor y el miedo a hacerle frente

Enfrentarse en 2024 a una película como La bestia es un reto. Un reto excitante, pero un reto. No hay en lo nuevo de Bertrand Bonello (Casa de tolerancia, Nocturama) asomo de las inercias, la obviedad y la exigencia temática de parte importante del cine actual. Eso y el nivel de ideas que maneja su autor la convierten en una obra exótica, compleja, muy exigente (requiere paciencia, pregunta más que responde, no tiene una hoja de ruta clara) y, no en pocos momentos, esotérica: en gran medida, es una película sobre el misterio. Por todo eso, La bestia es también una película fascinante. Es fascinante en su ambición, a todos los niveles.

Es ambiciosa (y extraña) en su cruce de ciencia ficción y melodrama, aunque el segundo género lo devora todo. Es ambiciosa en su abrazo de tres épocas distintas (las vidas de la pareja protagonista se cruzan en 1910, 2014 y 2044). Es ambiciosa en su reflexión sobre las imágenes, sobre cómo el tiempo las ha vaciado y roto.

Y, sobre todo, es ambiciosa (y muy arriesgada) en su manera de hacer que todos los temas que plantea, que son muchos y muy complejos (la inteligencia artificial, el futuro, el sentido de las imágenes en el presente), en el fondo giren en torno a lo mismo: el amor. Es muy hermoso que Bonello haya armado un dispositivo tan sofisticado para, en el fondo (y en la forma), hablar del amor, de sus misterios, de la huella que deja, de los traumas que lo agrietan y, sobre todo, del miedo a hacerle frente.