Crítica de 'Club zero': dardos sin punta

Las terapias alternativas y las instituciones en las que la gente deposita ciegamente su fe son asuntos sobre los que Jessica Hausner suele verter su vitriolo, y nunca antes lo había hecho con tan poco acierto como en su nueva película. En sus primeros compases, la profesora de nutrición recién llegada a un exclusivo instituto convence a su reducido grupo de alumnos de los beneficios de dejar de comer, y explicar eso bastaría para dejar claro hacia dónde se dirige la historia de no ser porque, en realidad, no va a ningún lado. 

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Hausner trata de generar ironía contraponiendo la gravedad del argumento y la absurda artificialidad de los diálogos, las interpretaciones y el diseño de producción, y de ese modo también renuncia a dotar la película de hondura dramática y emocional alguna para, a cambio, enfatizar las intenciones inmisericordes de su sátira contra las terapias ‘new age’, la industria dietética y sus gurús, los padres irresponsables, las instituciones docentes de élite, el progresismo indocumentado de la generación Z y, por supuesto, la gente rica.

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Todos ellos son blancos muy fáciles, pero, aun así, la película resulta más bien inofensiva, tanto porque no logra decir nada ingenioso u original sobre ellos como por la desesperación por epatar que derrocha al intentarlo. Y entretanto, además, no es lo suficientemente graciosa como para justificar la alegría con la que convierte los desórdenes alimentarios en asunto de chiste.