La caja de resonancia

Y el futuro de las salas depende de… la cerveza

El consumo de copas es determinante la apuesta por un artista u otro, y que el rock o el metal propicien más movimiento en las barras que el nuevo pop urbano comporta que se está alejando de estos escenarios al público joven y de billetera floja

Concierto de Los Rebeldes en la sala Sidecar

Concierto de Los Rebeldes en la sala Sidecar / FERRAN SENDRA

Jordi Bianciotto

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Puede parecer que banalizo lo que ahora se conoce (presuntuosamente) como ‘experiencia del directo’, pero a veces las cosas se explican a partir de claves que pueden parecer tontorronas. A ver, en las programaciones de los clubs intervienen muchas razones, pero una de ellas resulta ser ajena a aspectos artísticos o de actualidad o relevancia musical: es el riego de los surtidores de cerveza un factor determinante a la hora de acoger a un artista u otro.

Los conciertos en los clubs no suelen ser tan rentables por sí mismos como por el consumo de barra, por lo cual no es disparatado que tengan claros qué géneros musicales y qué audiencias son las que más propician el tintineo de la caja registradora. Ahí, todos apuntan al rock, en general, y muy en particular a la clientela ‘heavy’, la más propensa a integrar el riego constante de cerveza en la dinámica del concierto. Y a hacerlo en modo cuadrilla, pidiendo las birras de tres en tres, o más. Doy fe (y dejo constancia de mi resistencia cuando, estando en acto de servicio, mis amigotes metaleros insisten en incluirme en su cuarta ronda).

Hablaba de ello el otro día con Carmen Zapata, gerente de la ASACC, la asociación de salas, que deslizó, como de pasada, en la presentación del Curtcircuit, una señal de inquietud respecto a que la viabilidad de las programaciones tuviera que ver con eso. Porque lo peor no es ya que de ahí se derive la apuesta por unos géneros musicales frente a otros, sino que alimenta un alejamiento del público más joven y con menor hábito y capacidad de gastar en copas. El nuevo pop urbano está mal situado en la ecuación. Y esta clientela es sensible al reclamo de los festivales y se teme que, entre una cosa y otra, acabe percibiendo que la sala de conciertos es un lugar extraño, propio de ‘boomers’.

¿Deben intervenir las administraciones para compensar esa tendencia? Tal vez, si es que se entiende que los conciertos son cultura y que la sala de música en vivo es como una biblioteca o un centro de arte. Que no se puede dejar abandonada a su suerte, a los designios de una variable tan excéntrica como los hectolitros de cerveza que genere un tipo de programación u otro.

No sé si estamos tan convencidos de que todo concierto es un acto cultural, y no una forma de entretenimiento o de espectáculo banal. ¿Lo estamos? Sea como sea, o defendemos algún tipo de intervención a favor de la música en vivo de pequeño formato, allá donde todo empieza, o mejor nos ahorramos el futurible vertido de lágrimas de cocodrilo.

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