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Crítica de 'Argylle': la novelista y el espía

El actor Samuel L. Jackson en 'Argylle'

El actor Samuel L. Jackson en 'Argylle' / 'Argylle'

Quim Casas

Quim Casas

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‘Argylle’

Director: Matthew Vaughn

Intérpretes: Bryce Dallas Howard, Sam Rockwell, Henry Cavill

Año: 2024

Estreno: 2/2/24

★★★

Tras revisar a su manera el cine de superhéroes, por activa (‘X-Men: Primera generación’) y por pasiva (‘Kick-ass: Listo para machacar’), el británico Matthew Vaugh encontró un filón a explotar el cine de espionaje con mezcla de aventura y parodia. Así nació la trilogía formada por ‘Kingman: Servicio secreto’, ‘Kingman: El círculo de oro’ y ‘The King’s man: La primera misión’. Su último filme, ‘Argylle’, es como una prolongación de este ciclo de espionaje entre ‘british’ y juguetón, de formulación argumental más elaborada y resultados más simples.

 ¿Quién es Argylle? Un personaje de ficción dentro de la ficción. Se trata del espía muy atractivo y resolutivo (Henry Cavill, acostumbrado a estos menesteres pues ya fue el agente de C.I.P.O.L. en la versión cinematográfica de la famosa serie sesentera) inventado por una autora de exitosas novelas de espías (Bryce Dallas Howard). Pero resulta que las tramas que inventa la escritora se parecen demasiado a las actividades de un sindicato del crimen. Y a medida que aparecen las novelas –cuatro y, al arrancar el filme, se está ultimando la quinta–, el líder del sindicato (Bryan Cranston, más taciturno que en ‘Breaking bad’) se pone nervioso y pone cerco a la novelista.

 Esta es tan resolutiva cuando escribe como introvertida en su vida privada –no tiene pareja y vive sola con su gato Alfie– y decididamente ingenua cuando la realidad supera a su propia ficción. Tras la aparición en un tren de un agente que dice estar ahí para protegerla (Sam Rockwell), y tras unas vistosas escenas iniciales de persecuciones y tiroteos con protagonismo de la villana encarnada por Dua Lipa (un reclamo exagerado, pues su papel resulta mínimo), el relato se metamorfosea en una especie de cinta de acción y parodia de los relatos de espionaje. Y aquí terminamos el trayecto por los vericuetos argumentales para no caer en el maldito ‘spoiler’.

 Tan vistosa visualmente como es habitual en Vaughn, aunque al guion le sobren situaciones, le falten otras y presente no pocos agujeros, lo que también es recurrente en el cine del director, ‘Argylle’ se plantea como una esquinada reflexión sobre la fina diferencia entre realidad y ficción y como aquello que crea alguien, sea novelista, cineasta o pintor, puede acabar devorándolo. Pero es una reflexión a vista de pájaro, ya que la película, mediado su ecuador, prefiere el apabullamiento antes que la sutileza, las situaciones esperadas a las imprevistas.

 Tras una buena construcción de los personajes principales y sus identidades y meandros ocultos de la memoria, ‘Argylle’ se convierte en una exposición de coreografías de acción a cuál más descabellada y, por ello mismo, sugerente: un tiroteo en el interior de un buque carguero filmado como una experiencia psicodélica de colores violáceos y amarillos, o un auténtico ballet de patinaje sobre hielo, solo que la superficie blanca y sólida del hielo es substituida por la masa oleaginosa del petróleo.

 A veces parece que la película esté diseñada para estos momentos culminantes, descuidando un poco el recorrido hasta llegar a ellos. Pero en general tiene su coherencia interna y, en el fondo, muestra un retrato bastante creíble de hasta donde pueden llegar las agencias de espionaje, tanto las gubernamentales como las corruptas, para lograr sus fines. No es la primera vez que se tratan temas similares: ‘Memoria letal’ con Geena Davis iba en esta línea hace casi tres décadas. El interés reside en como los plantea el iconoclasta Vaughn.