Licencia para tardar

Madonna y el club de los divos impuntuales

La demora abusiva del arranque de los últimos conciertos de Madonna en el Palau Sant Jordi se añade al historial de informalidades de estrellas como Guns n’Roses o Luis Miguel

El 'Celebration Tour' de Madonna.

El 'Celebration Tour' de Madonna. / EPC

Jordi Bianciotto

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Cuando el retraso ya rondaba los tres cuartos de hora, comenzó a dejarse oír la protesta en el Palau Sant Jordi, una ráfaga de silbidos y abucheos. Sin prender, seguida de un silencio resignado. Pero el minutero iba avanzando y ahí nada se movía. Una hora de retraso. Nueva racha de griterío. Hora y cuarto. Y a la hora y 20 minutos, salió por fin Madonna. Estrella mayestática e integrante del club de artistas con cierta propensión a la impuntualidad, como Justin Bieber, Kanye West, Rihanna, Guns n’Roses o Luis Miguel.

Así fue en el primero de sus dos conciertos en Barcelona, la semana pasada. Al día siguiente fue peor: la dilación alcanzó la hora y media. Al terminar el ‘show’ más allá de medianoche, el público se vio sin transporte público. Quejas en las redes y silencio de la promotora, Live Nation, que, preguntada por este diario, no pudo dar una explicación. Es Madonna, cabe interpretar. Fuentes ajenas a la organización indican que la cantante estaba en el Sant Jordi, ambos días, desde primera hora de la tarde.

Cuando se trata de reinas

Llovía sobre mojado: el segundo de sus cuatro conciertos en el londinense O2 Arena se retrasó tanto que tuvo que concluir dejando tres canciones sin interpretar, porque en ese local aplican un ‘curfew’ (hora de cierre) poco flexible. En 2019, Madonna se mofó, en pleno ‘show’, de quienes criticaban sus tardanzas escénicas: “Hay algo que todos vosotros tenéis que entender, y es que una reina nunca llega tarde”.

En el espectáculo pop, la profesionalidad es la norma y estos episodios son excepcionales. “A veces puede haber causas técnicas, pero un retraso sin justificación, y sin comunicarlo al público, que vaya más allá de los 20 o 25 minutos es una falta de respeto a la propia audiencia”, indica Tito Ramoneda, vicepresidente de la APM, Asociación de Promotores Musicales, y presidente de The Project. “Si la demora se prolonga, hay que dar la cara y comunicar lo que está ocurriendo”. Es cierto que hay ocasiones en que ni siquiera la promotora controla lo que se mueve entre bastidores.

‘El rey de la puntualidad’

Quizá hablemos de molestias de estómago lleno: en Senegal, Youssou N’Dour ha hecho esperar a su público hasta nueve horas sin males mayores. Ya saben, nosotros tenemos el dinero (se supone) y ellos, el tiempo. Y en el mundo latino, la informalidad del ídolo puertorriqueño Héctor Lavoe dio pie a una canción sarcástica, ‘El rey de la puntualidad’. “Ya nos dieron la señal que el hombre por fin llegó…”, cantaba la banda, a lo que él salía al paso replicando, al dulce son salsero: “Yo no soy quien llega tarde, ustedes llegan muy temprano”.

A ese principio debió acogerse Luis Miguel cuando, en su última visita al Sant Jordi, en 2018, tuvo a sus fans esperando 53 minutos, los mismos que días después en Cap Roig. En esta muestra superprofesional, Enrique Iglesias salió, en 2013, 35 minutos después de la hora prevista. ¿Son los latinos más propensos a esas licencias? Shakira, una fría noche de mayo de 2011 en el Estadi Olímpic, arrancó su concierto con una hora y cuarto de retraso. El Barça había ganado la Champions y se trataba de dar tiempo para que su señor novio, embarcado en la rúa, llegara a Montjuïc. Otro hispano, Maluma, salió 45 minutos tarde el año pasado en el Sant Jordi.

Comenzar media hora antes

Justin Bieber, Kanye West y Rihanna son otras figuras que se han hecho rogar de un modo abusivo, y qué decir de Guns n’Roses, que en 2006, en Madrid, salieron más de dos horas tarde, ya a medianoche. “El público se calentó: pitidos, lanzamiento de sillas… Encima, luego el concierto fue un despropósito”, recuerda el periodista Richard Royuela. Y en un sentido inverso está Andrés Calamaro, cuyo concierto en Razzmatazz, en 2010, arrancó media hora antes, cuando la mayor parte del público no estaba todavía en la sala. Testigos recuerdan al argentino en el camerino, musitando la frase “me gustaría ser mi propio telonero” y saltando a escena ante la perplejidad general.

Cuando un concierto cambia de fecha, el comprador de la entrada tiene derecho a la devolución, pero es incierto el recorrido que pudiera tener una queja por un retraso horario. Y, al fin y al cabo, una vez el concierto ya ha arrancado, el asistente molesto manifiesta una gran capacidad de sobreponerse, disfrutar del momento y olvidarse del plantón. 

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