Crítica de teatro

La Sala Beckett estrena la versión teatral de 'Napalm al cor' de Pol Guasch: un debut incendiario

Arriesgado primer espectáculo de Guillem Sánchez Garcia, la adaptación de la novela de Pol Guasch que sube a escena un mundo apocalíptico y desconcertante

Roser Batalla a 'Napalm al cor'

Roser Batalla a 'Napalm al cor' / © Roc Pont

Manuel Pérez i Muñoz

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No acostumbra a ser demasiado prolífica la relación entre la narrativa contemporánea catalana y la escena teatral, con honrosas excepciones como el montaje de 'Canto jo i la muntanya balla', de Irene Solà. Por eso los gestores de la Beckett cayeron rendidos ante el proyecto del aún estudiante Guillem Sánchez Garcia, la adaptación de la primera novela de Pol Guasch, 'Napalm al cor' (Premio Anagrama 2021). La propuesta ha crecido con la dramaturgia de Oriol Puig Grau ('Karaoke Elusia') hasta posicionarse como uno de los debuts más refrescantes de la temporada, fórmula revulsiva de densidad literaria. 

El reto es de altura. El libro de Guasch plantea un cosmos de imágenes a mitad camino entre la poesía y el dibujo de escenas de otro mundo, cercano y lejano al mismo tiempo. Un paisaje como de posguerra balcánica, cataclismo pasado o cercano, un mal tripi filmado por Tarkovski. Personajes que se aferran a su lengua para no desaparecer, que emprenden un 'roadtrip' iniciático, huida apocalíptica al más puro estilo 'Litoral' de Wajdi Mouawad, incluida la madre muerta como equipaje. Épica barroca con digestión copiosa que, definitivamente, no resulta nada fácil de trasladar a escena

Por si esto no fuera poco, en la adaptación se respeta el rico lenguaje que no tiene nada de teatral y, además, se elimina la primera persona del libro. El protagonista pasa a ser el público, a quien el resto de personajes interpelan explicando la historia como un cuento, haciéndole partícipe de sus propias vivencias. Esta pirueta dramatúrgica añade más dificultad a un artefacto ya de por sí espeso. El público no tiene la opción de releer los pasajes más complejos (algo necesario en la novela), y así el montaje avanza como una apisonadora, sin tregua para los que conocen el libro y mucho menos para quien les viene de nuevo todo el guisado.

La ambientación sonora de Enric Verdaguer aporta el anclaje de contemporaneidad, mientras que la escenografía de Judit Colomer Mascaró huye del realismo, se configura poco a poco con las acciones de los intérpretes hasta dar forma a un desierto que es la metáfora interior de los personajes. Un plantel de jóvenes intérpretes articula la narración con una entrega que engancha. Joel Cojal como Boris inquieta y seduce al mismo tiempo. Montse Morillo hace de la madre y desata la parte más dramática, mientras que los tics infundidos de Marc Domingo impulsan el desconcierto. Por su parte, el paso breve pero contundente de Roser Batalla aporta el grado de experiencia que templa la primera parte. 

Prometedor debut de Guillem Sánchez Garcia con un montaje al que se le puede reprochar una complejidad sin concesiones pero, en ningún caso, la falta de ambición y valentía. 

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