Entrevista

Javier Gomá, filósofo: “Muchas veces la actualidad te llena de odio”

Tras su celebrada tetralogía sobre la ejemplaridad, el autor prolonga sus reflexiones sobre el tema en 'Universal concreto', un nuevo libro en el que no cesa de proporcionar ideas para alertar contra la vulgaridad presente en la cultura y sobre la ansiedad que domina la sociedad contemporánea

Javier Gomá, filósofo y escritor.

Javier Gomá, filósofo y escritor. / José Luis Roca

Juan Cruz

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Nada más abrir su libro (Universal concreto, Taurus), Javier Gomá, bilbaíno nacido en 1965, filósofo, autor de una tetralogía que lo ha hecho imprescindible en la filosofía contemporánea, declara que siempre se ha visto “como hombre de una sola idea”. Sin embargo, en este volumen de letra apretada, de cerca de trescientas páginas, no cesa de proporcionar ideas para alertar contra la vulgaridad presente en la cultura (y no tan solo), sobre la ansiedad que domina la sociedad contemporánea y, por ejemplo, acerca del odio que percibe y que muchas veces nos llena a los humanos de desprecio por el ser o el pensamiento de los otros. 

Su tetralogía (Imitación y experienciaAquiles en el gineceoNecesario pero imposible y Ejemplaridad pública) avala su pensamiento y ahonda en la influencia que ahora ejerce sobre lectores que esperan sus libros, como este mismo, para hacerse más de una idea de lo que pasa y, sobre todo, de lo que nos pasa. Hablamos en su editorial; él tiene los ojos pendientes de lo que dice, y el periodista lo mira pensar, y ese momento en que se concentra es el instante de la filosofía.  

Aquí dice usted que se ve como hombre de una sola idea

Considero que la filosofía es literatura, literatura conceptual, que se contrapone a otros géneros, como el narrativo, el dramático o el poético… Nace de la vocación, que activa la inteligencia y expresa el apetito por una sola idea, fundamentalmente, como ocurre en el enamoramiento. Como esa idea no siempre se realiza deviene en angustia. Me pasó en mi primer enamoramiento. Esa idea no se realizaba, y ese era un nudo complicado. Desde entonces quise que la idea se plasmara en libro, y tardé veinte años en lograrlo, por lo tanto fueron tiempos de mucha ansiedad, hasta que pude combinar vocación, visión y misión. La consecuencia fue este concepto de filosofía que es también literatura y que está presente desde siempre en mis libros. Enseguida supe que mi pasión era literaria, pero no sabía cómo llevar a cabo su consecuencia, así que esbocé novelas, cuentos, ensayos, hasta que rompí a escribir filosofía y de ahí vinieron sucesivamente los libros que constituyen la tetralogía. Ese conjunto era mi idea inicial, para la que me consideraba impotente o inepto o negligente en un primer momento. Ahora que han salido tantos libros que ya se han verbalizado, a mis 58 años, puedo decir que este en concreto es el libro de mi vida, escrito con la serenidad con la que ahora vivo. Mi vida es consecuencia, pues, de una adaptación, que es el presente estado de mi ánimo.

¿Y no le da vértigo sentirse adaptado?

No, es que ya lo estoy… Se trata de sentir ahora a lo grande, no aceptar nada por debajo de lo primero que hay que desear: pensar y sentir a lo grande. Mantener un elemento que es inherente al ser humano: la insumisión a la injusticia, al mal moral, al mal físico, al mal estético, a la mala suerte, y también una cierta reconciliación con la imperfección a través del humor, del juego, de la deportividad, del arte de vivir… Para mí lo que se impone es como un cóctel de dos bebidas, por una parte la insumisión y, por otra, la reconciliación con la imperfección. Formar parte de la armonía que, con esfuerzo, llega a tener el mundo que vivimos. 

Muy pronto ha incluido usted en las palabras de su ensayo el término ansiedad, que suena como un trallazo. ¿Cómo la ha superado?

Si me hubieras conocido a los 23 años habrías percibido qué ha significado para mí esa palabra. Hubiera dicho cosas exageradas, hubiera expresado patochadas… No lo parecía, quizá, pero era un ser inadaptado, que quería lo absoluto. Ahora hay un deseo de combinar la tendencia a quererlo todo con la evidencia de que ya he ido haciendo una obra que me reconcilia con la literatura y conmigo mismo. La doble especialización que nos produce crear una casa y elegir un oficio con el que te ganas la vida me ha aportado calma, me ha dado paz, me ha convertido en un ser socializado y ha hecho de mi individualidad algo más sereno.

¿Qué le ha aportado ese apaciguamiento?

Podría ser algo así como la felicidad absoluta, que podría tener que ver con la vida familiar, pero que también se daría en otras circunstancias, como en el trabajo, cuando eres capaz, como escritor, de poner una palabra tras otra. La felicidad de escribir un párrafo del que no tienes que cambiar nada… Escribir es acción, la literatura es acción, no es ser pasivo, es combinar ideas y palabras y terminar creando un puzle en el que ya se distingue lo que has querido dibujar con verbos, con letras, con escritura. De pronto lo que antes era un estado de conciencia se convierte en un texto fijo, disponible para siempre, para ti y para los demás. Cuando lo acabas sientes que hoy, cuando sea, has contribuido con un párrafo al devenir, al fluir. Ese es de los grandes placeres que nos han sido dados.

Lo que realmente distingue a unas personas de otras es la intensidad del sentimiento. Me atrevo a competir con cualquiera, y perdóname la jactancia, en intensidad de sentimiento. Si tú tienes intensidad de sentimiento puedes llegar a la mayor concentración"

Pensar es el asunto que más atención merece en su libro. ¿Qué pensar?

Lo importante no es pensar, lo importante es sentir. Lo que realmente distingue a unas personas de otras es la intensidad del sentimiento. Me atrevo a competir con cualquiera, y perdóname la jactancia, en intensidad de sentimiento. Si tú tienes intensidad de sentimiento puedes llegar a la mayor concentración. Si no lo logras, y eres escritor, terminas siendo tan solo alguien que rellena espacios en blanco, alguien que no tiene vocación. Lo primero es amar y después razonar. 

Su libro está lleno de preguntas… Aquí están estas dos: ¿Qué hay en el mundo? ¿Qué hacer con lo que hay?

Esas preguntas son el corazón de mi libro. Presumo de ser un filósofo mundano, alguien que siente que no hay verdad que no se pueda transmitir tomando un café con un amigo. Si no se puede hacer así, la verdad no es cierta, es un sofisma. Esas dos preguntas que enuncio son las dos grandes cuestiones de la filosofía. Habrás oído muchas veces que lo importante no son las respuestas, sino las preguntas, pues todos los hombres y todas las mujeres del mundo son nativamente filósofos. Allá donde haya un hombre o una mujer habrá un filósofo, como lo hay ahora o como lo hubo hace siglos, mirando todos a la misma bóveda celeste y viendo lo mismo siempre aunque con otras consecuencias. Lo único que cambia es la interpretación.

En los últimos veinte o treinta años vivimos en un estado de vulgaridad rampante que se caracteriza porque la igualdad nos lleva a todos a ir vestidos o a comportarnos como nos dé la gana, no teniendo por ello que ser más o menos dignos que los otros"

Usted se refiere a la vulgaridad como el estado de la cultura.

Es el estado del que parte la cultura, no es el punto de llegada, es el punto de salida. En lo político hemos llegado al final del proceso, pero en lo cultural estamos todavía pendientes de reforma. En los últimos veinte o treinta años vivimos en un estado de vulgaridad rampante que se caracteriza porque la igualdad nos lleva a todos a ir vestidos o a comportarnos como nos dé la gana, no teniendo por ello que ser más o menos dignos que los otros. Pero, ya digo, la vulgaridad a la que me refiero no es el punto de llegada sino el punto de salida. Me idea es la ejemplaridad igualitaria, todos somos ejemplos para todos, todos estamos llamados a la reforma de nuestra propia vulgaridad. Y si un día, a través de las costumbres generales, se producen unas reformas que se generalizan en el todo social, llegaremos al ideal de una mayoría selecta, que es una vulgaridad reformada… Vivimos en un mundo sumido en la actualidad y la actualidad muchas veces te llena de odio, de rencillas que en último término duran hasta el día siguiente, son rencillas de las que se quiere triunfar dialécticamente pero sin resolver el problema.  

Insiste usted en que la filosofía es literatura. ¿Lo que cuentan los filósofos, pues, es literatura?

En la filosofía ha habido siempre dos almas, una científica y otra literaria. A mi juicio, siempre que la filosofía ha intentado ser científica ha desvirtuado su auténtica sencillez. Porque la ciencia es un modo de conocimiento acumulativo, donde lo que importa es lo último, mientras que en la literatura lo importante no es lo último, sino lo que importa, lo que perdura… Lo interesante en Platón es lo literario, el Banquete, el Fedón… Kant es un poeta y se nota que tiene vocación literaria, visión, enamoramiento y ansiedad por convertirlo en obra literaria. Pero tenía un problema: que quería ser Newton. Esa es la parte más aburrida e inservible de Kant.

Termina usted su libro de esta manera: “Ya está todo dicho, filosófico lector: ahora cierra el libro y acuérdate de ser”.

Eso tiene algo de desgarrado. Yo defino la vocación como respuesta a la pregunta ´¿por qué has dedicado tantas horas, tantos días, tantos años, los mejores de tu vida, a pensar, a hacer algo que nadie te pide?` Busco respuestas a las dos grandes preguntas que se incluyen en lo universal concreto, a las personas reales de carne y hueso que viven, envejecen y mueren. Mi pensamiento busca llegar a las respuestas a través del concepto, con lo cual se produce un desgarramiento interior que busca percibir lo concreto yendo hacia la ejemplaridad. Así que un libro no es un fin en sí mismo, es algo así como un envío a la realidad del ser, y a eso es a lo que apelo, a que el lector se acuerde de ser.