Estreno de cine

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Una escena de 'El chico y la garza', la última película de Miyazaki.

Una escena de 'El chico y la garza', la última película de Miyazaki. / EPC

Nando Salvà

Nando Salvà

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EL CHICO Y LA GARZA

Puntuación: 4 estrellas

Director: Hayao Miyazaki

Año: 2023

Estreno: 27 de octubre de 2023

Puede que resulte no ser la última película de la filmografía de Hayao Miyazaki pese a haber sido promocionada como tal -el maestro japonés, después de todo, ha anunciado su retirada sucesivas veces desde hace 25 años- pero, en todo caso, ‘El chico y la garza’ sin duda tiene maneras testamentarias. De entrada, funciona como exuberante recopilatorio de asuntos y motivos visuales ya presentes entre sus 11 largometrajes previos y, de hecho, su premisa argumental conecta estrechamente con la de su ficción más universalmente aclamada, ‘El viaje de Chihiro’: un preadolescente retraído que se ve arrojado adentro de un bizarro universo alternativo lleno de criaturas extrañas y escenarios deslumbrantes y que por supuesto tiene vocación de metáfora; en este caso, del proceso de duelo por una madre muerta y, en general, de las fantasías que nos construimos en el intento inútil de esquivar la cruda realidad. 

Pero es que con la película, además, el autor de ‘Mi vecino Totoro’ y ‘La princesa Mononoke’ propone una reflexion amarga pero también extrañamente reconfortante sobre la condición efímera de las cosas, de nuestros seres queridos y, claro, también de sí mismo. A través de ella, Miyazaki parece hacerse a la idea de que se irá de este mundo sin haber completado su proyecto artístico, que la Tierra seguirá girando sobre sí misma cuando él no esté, y que tal vez su sucesor en el trono del cine de animación será aún más salvajemente creativo y más tenaz en la defensa de sus ideales, o tal vez no. Y ser espectador de ese proceso de aceptación resulta francamente conmovedor.

Entretanto, ‘El chico y la garza’ se va revelando como una de las obras más audaces del director a nivel formal. Avanza dando brincos y haciendo volteretas, y enlaza multitudes de ideas extravagantes -seres aberrantes de aspecto mitad humano y mitad aviar, piratas que surcan mares de sueños, bichos adorables que se inflan como globos, periquitos gigantes de tendencias fascistas- siguiendo el tipo de asociación libre que gobierna la imaginación infantil; y lo hace, como de costumbre en el cine del nipón, vehiculada por una sucesión de dibujos increíblemente detallados que ilustran a la perfección tanto la belleza como la fealdad y que parecen haber surgido no del lápiz de un artista sino más bien de un poder superior. ¿La obra final de Miyazaki? Ojalá no lo sea, pero no encontrará una película más idónea con la que despedirse.