Concierto en Barcelona

Bebel Gilberto, un homenaje con whisky y pintalabios en el Auditori

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gilberto / ANNA PUIT

Jordi Bianciotto

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Quien pueda pensar que Bebel Gilberto es de las que explotan su apellido, tal vez ande desencaminado. Es ahora que su padre, João Gilberto, ya no està entre nosotros, cuatro años después de su muerte, cuando se ha decidido a cantar por fin, extensamente, sus canciones. Dice que antes no se habría atrevido: el juicio severo del progenitor pesaba. Pues bien, un álbum, ‘João’, lanzado hace un par de meses, nos confirma lo que ya sospechábamos, que su voz y su talante casan felizmente con ese repertorio fundacional de la bossa nova y le transfieren nuevos sabores.

Pudimos constatarlo este jueves en la sala 2 del Auditori (Festival de Jazz de Barcelona), con el papel agotado para paladear ese acercamiento de Bebel a las canciones que decoraron su infancia (y algo más). Perlas del calado de un ‘Desafinado’, fruto de las alianzas con otro grande, António Carlos Jobim, que ella revivió con dulzura y sensualidad, contoneándose sobre sus sandalias de tacón.

Con más ritmo

En los inicios de su carrera (‘Tanto tempo’, 2000), Bebel Gilberto se balanceó entre las fragancias brasileñas y la electrónica ‘cool’ con pellizcos de acid jazz, pero el guion actual apunta a las esencias acústicas. Con un exquisito guitarrista y la única licencia de incorporar un batería (con escobillas), instrumento del que su padre prescindía en los recitales. Sí, este João vía Bebel luce un poco más rítmico y extrovertido. Y participativo: cuesta imaginar al señor padre estirando ‘O pato’ a placer y haciendo corear al público ese cómico estribillo onomatopéyico a base de “cuem, cuem”.

Ella es otra cosa. Lleva en la piel la memoria de esas canciones, pero es todo lo brasileña que João nunca aparentó ser. Simpática, habladora y partidaria de celebrar y compartir. No la imaginamos poniendo el peligro el concierto porque oye el desestabilizador canto de un grillo (como ocurrió con João en su recital del verano de 2000 en el Teatre Grec), y se emplea en la seducción del auditorio en cuerpo y alma. Desviándose en ocasiones del temario paterno: fino receso introspectivo a cuenta de ‘Harvest moon’, de Neil Young, y revisiones de algunas piezas de su obra propia, como ‘Sem contenção’.

Aunque se disculpó por arrastrar los restos de un resfriado, cantó con pulcritud, distinguiéndose en los penetrantes tonos graves. La ayudaron en escena, hizo notar, un vaso de agua, otro de whisky y un pintalabios, cómplices indispensables, al parecer, para la interpretación plena.

Y aunque no sonaron algunos de los temas totémicos del repertorio de João Gilberto, como el iniciático ‘Chega de saudade’, sí hubo lugar para ‘Summer samba (so nice)’, ‘Wave’ y un delicadísimo ‘Corcovado’ dedicado a la finada Astrud Gilberto, que, como recordó al público, no era su madre (nació de la posterior unión con la también cantante Miúcha). Mitología en el ambiente, sí, pero también vivacidad y ángel, empujando todo ese legado ilustre lejos del museo.