Contextos de Arte

Los guardianes del patrimonio

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Los guardianes del patrimonio

Ana Diéguez-Rodríguez

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A mediados de agosto saltaba la noticia que un conservador del Museo Británico había sustraído de sus almacenes pequeñas alhajas que nunca, o casi nunca, habían sido expuestas. Tras la estupefacción inicial, el conservador fue despedido, el director del museo obligado a dimitir, y la policía londinense sigue recabando pistas para intentar recuperar todas esas piezas hurtadas, desde, al menos, 2016.

Para los que se pregunten como esto ha podido ocurrir, es importante saber cómo se registra un objeto en un museo. Se le asigna un número de registro que nunca variará, se anotan sus características formales y se indica su localización dentro de los almacenes. De este modo, el objeto queda perfectamente registrado y localizado, tanto por el responsable del registro como por el conservador correspondiente, y cualquier movimiento interno es convenientemente apuntado.

Este inventario es general para todas las piezas que entran, y nunca se alteran ni el número de registro ni sus características formales. Sí pueden variar la autoría o el tema representado si no se habían identificado correctamente, puesto que estos inventarios sólo registran lo que hay no exactamente lo que es. Esta segunda parte viene después, tras la investigación histórico-artística que completa la historia de la pieza. Puede que, dependiendo de la importancia de esta revisión, el objeto pase del depósito a la exhibición pública. Miles de piezas aguardan este proceso en los almacenes de todos los museos del mundo. El gran problema de estos grandes contenedores es la falta de personal especializado y los pocos recursos empleados para estudiar todos los objetos custodiados, lo que provoca que miles de piezas estén en ese limbo dónde se colocaron al llegar al museo y nadie más se vuelve a acordar de ellas. De ahí, lo fácil que es sustraerlas, pues hasta que alguien, en algún momento, revise por casualidad ese inventario, la pieza pudo haber desaparecido de los almacenes sin ningún rastro del momento o de la persona o personas involucradas.

Los grandes robos de obras de arte salen en las noticias, pero estos de pequeñas piezas, sólo conocidas para los especialistas, son los más graves por invisibles. Sólo en una revisión concienzuda, o como ocurrió en el Museo Británico, porque alguien se dio cuenta que alguna de las piezas en venta en una página web era sospechosamente igual a la que aparecía en el catálogo online de la institución, podía alertar de lo que estaba sucediendo.

Paralelamente a esta situación, esta semana se reconocía la noticia del hallazgo de dos torques en Cavandi (Asturias) por parte de un operario municipal. Otro torques había aparecido en mayo de este año en Betanzos (A Coruña), cuando un agricultor estaba trabajando su finca. En ambos casos, tenían en sus manos la opción de callarse el hallazgo y vender las alhajas en un momento donde el oro está subiendo su cotización y nadie hubiera sabido nada. Frente a la obligación del conservador de un museo de cuidar y preservar los objetos bajo su custodia, dos personas ajenas, pero con un sentido cívico y responsabilidad social mucho más acentuado, han sabido tomar partido por el bien común frente al individual y a la especulación.

En España, desde la ley de 1985, todos aquellos hallazgos casuales de objetos arqueológicos son de propiedad pública, y por tanto su venta está prohibida. No obstante, las leyes de patrimonio correspondientes de cada comunidad autónoma dotan de una recompensa a las personas implicadas en el hallazgo, si no se han empleado detectores de metales en el proceso. No creo que este fuera el caso ni del agricultor gallego ni del operario del ayuntamiento asturiano, ni que tampoco supieran de cuestiones legales al respecto, pero sí veo que son ejemplos elocuentes de nuestra responsabilidad como sociedad.

Nos compete conocer y valorar nuestro patrimonio, y tomar una actitud más activa vigilando a esos guardianes a los que se les presupone que deben velar por él, pero abusan de la confianza depositada en ellos. En esta tarea ayudaría que todos los museos compartieran sus inventarios online, aunque fuera de forma rudimentaria, para difundir aquello que es digno de ser preservado.

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