Festival Celsius

P. Djèlí Clark: "Intento que Lovecraft se retuerza en su tumba"

El historiador y novelista no para de crear pasados alternativos en sus obras: un Egipto avanzado gracias a la magia, un Caribe negro emancipado gracias a los orishas, militantes negros luchando contra un KKK sobrenatural...

el escritor norteamericano p. djèlí clark en Avilés (Ernest Alós)

el escritor norteamericano p. djèlí clark en Avilés (Ernest Alós) / ERNEST ALOS

Ernest Alós

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Dexter Gabriel (Nueva York, 1971) es un profesor de la Universidad de Connecticut especializado en la historia afroamericana. De lo que denomina “el Atlántico negro”, comunidades, como los gullah de Carolina del Norte, que mantuvieron sus raíces africanas y crearon culturas sincréticas. O el Caribe ‘creole’ (sus padres proceden de la isla de Trinidad). O la esclavitud y la emancipación. Gabriel es también, cuando prefiere escribir ficción, en homenaje a los narradores orales de las costas africanas, P. Djèlí Clark, autor de títulos que mezclan la fantasía y la historia alternativa. Un Egipto convertido en potencia mundial a principios del siglo XX gracias al redescubrimiento de la magia de los djinn (‘El señor de los djinn’, ‘La maldición del tranvía número 15’, publicados por Duermevela), una Nueva Orleans independiente de EEUU gracias a la fuerza de los orishás (‘Los tambores del dios negro’, en Obscura) y un pulso entre unos predecesores de los Black Panthers y los monstruos lovecraftianos que se esconden tras el KKK y ‘El nacimiento de una nación’ (‘Ring Shout’, también en Obscura y, en catalán, en Mai Més). Y aún más: en su blog es el Disgruntled Haradrim, el Haradrim Descontento, en alusión al malestar que puede sentir cualquier persona de piel negra ante los clásicos de la fantasía patentemente eurocentristas como Tolkien. Así que es difícil saber por dónde empezar con él: aquí va una torrencial conversación en medio del festival Celsius de Avilés, que lo ha traído por primera vez a España.

Por no hablar de la cantidad de elementos que entran en juego en su ficción, en su trabajo académico ya navega en un mar de intercambio cultural enorme…

Allí donde llegaban grandes cantidades de esclavos, mantenían durante mucho más tiempo sus lenguas y cultura, como en las Carolinas, aunque tomando aspectos del cristianismo y la lengua inglesa. O en Brasil, donde se mantiene en gran parte la religión y se interactuó con la lengua portuguesa. Pero debemos recordar que todos los que han cruzado el Atlántico han creado nuevas culturas. El jazz lo creó gente de ascendencia africana mezclando elementos de diferentes culturas africanas pero también europeas. Como la salsa, la samba, el reggae, el merengue o el calypso.

Hay historiadores que odian la historia alternativa, la que plantea distintos escenarios partiendo de la pregunta ‘¿Y sí?’. Y sí Napoleón hubiese ganado en Waterloo… Usted la utiliza, pero abiertamente en forma de ficción fantástica.

Sí, he tenido profesores que odiaban el ‘What if’. Estoy de acuerdo con ellos en parte, eso no es historia, es fantasía. La historia solo sucedió de una manera. Y es imposible saber qué habría cambiado modificando solo un elemento; las posibilidades son infinitas. Pero es un ejercicio creativo que nos permite reflexionar más sobre nuestra historia. Preguntarse qué habría pasado si hubiesen ganado los nazis nos ayuda a recordar y entender mejor hasta qué punto fue el fascismo un peligro para la humanidad.

El ‘what if’ lo juega a fondo en sus historias ‘egipcias’, en que el progreso material a través del regreso de los 'djinn' al mundo real lleva entre otras cosas a una efervescencia sufragista.

Sí. Me pregunto cómo hubiese sido esa sociedad si los movimientos anticoloniales hubiesen tenido éxito muy pronto. ¿Cómo serían esas sociedades poscoloniales? Si la magia es la fuerza de desarrollo en lugar del vapor, ¿qué habría sucedido? Y eso nos lleva a la historia real. Hubo un movimiento a favor de los derechos de las mujeres en El Cairo a principios de los años 20. Lo avanzo un poco, pero esas sufragistas que se arrancaban el velo en las estaciones de tren, pioneras también de la resistencia contra los británicos, fueron reales. La detective de mis novelas se llama Fatma el-Sha’arawi precisamente en homenaje a una pionera del feminismo egipcio. Lo que hago es desafiar a quienes no creen que eso podría suceder en esa región del mundo. Hay gente que no encuentra creíble que mi personaje vista traje masculino y bombín, porque claro, con esa cultura y religión… ¡Pero es que hay fotografías de mujeres que lo hacían en 1900! A veces la historia es más extraña que la ficción.

¿Le podríamos llamar ‘djinn punk’?

Es divertido cómo llegamos a eso. Cuando daba clases, daba a leer ‘Orientalismo’ de Edward W. Said, o enseñaba a mis alumnos la película ‘La batalla de Argel’ de Pontecorvo, y al explicar el colonialismo acabábamos hablando de cómo la ametralladora Maxim fue el arma que les permitió a los británicos conquistar África. La industrialización les permitió a ellos, a los franceses, a los alemanes, dominar el mundo. Intenté imaginar una fuerza que la pudiese superar, y pensé en la magia. Sí, djinn punk funcionaría. Y una vez empiezas a pensar cómo cambiaría eso las mentalidades de la gente…

Además del sufragismo, hace que aparezca una arquitectura neofaraónica, que resurja la antigua religión, que los mahdistas de Sudán sean unos marxistas dogmáticamente agotadores...

Pensaba en cómo impactaría en la percepción de la realidad de la gente y en su religión ver a esas fuerzas mágicas hacerse realidad. Y los mahdistas… sí, quise reírme un poco con ellos, en la universidad encontré mucha gente así, en la que se cumple eso de que si pones dos marxistas en una habitación salen de allí cuatro ideologías distintas y además enfrentadas.

Pero dejemos la historia. Sus libros son al mismo tiempo relatos policiales. O detectivescos al estilo de Agatha Christie incluso.

Si, la historia alternativa es el mundo que construyo. Y trama detectivesca es la que hace avanzar el relato. Pero sí, me gusta jugar con lo primero y me tengo que recordar que el lector ha de estar pendiente de los personajes, de descubrir qué sucede. Y que el ‘world building’ ha de ayudar a ello.

Hablando de ‘world building’. Usted lleva tres mundos creados cuando otros autores solo le dan vueltas a uno. ¿Profundizará en algunos de ellos o seguirá abriendo más puertas?

Siempre quiero dejar la puerta abierta para volver a ellos. ‘Un djinn en El Cairo’ estaba pensado solo como un relato corto sin continuidad pero a la gente le gustó y pidió más. Entre los libros que tengo preparados hay uno para adolescentes que vendría a ser como ‘El Hobbit’ pero en África Occidental…

Van cuatro mundos…

Y en 2024 publicaré otra novela corta que se llama ‘The Dead Cat Tail Assassins’, un cruce entre John Wick y Dragones y Mazmorras.

¡Cinco! Su último libro publicado en España es ‘Los tambores del dios negro’.

Sí. Nueva Orleans está menos en el continente que en el Caribe, más relacionada con la Martinica o Haití; es lo que era Nueva Orleans antes de formar parte de los EEUU. Siempre quise crear una historia en que la revolución de Haití estuviese en el centro, así que escribí una novela en que tuvo éxito y eso modifica todo el panorama del Caribe. ¿Si Haití fuese la potencia dominante en el Caribe, no lo sería también la religión africana? Por eso he tomado una orden real de monjas católicas negras y mulatas e hice que además creyesen en los orishás. ¡A todo el mundo les gusta esas monjas!

Y en ‘Ring shout’ utiliza la mitología de alguien tan odiosamente racista como Lovecraft. ¿Lo hace en forma de venganza?

Sí, era alguien horrible. Pero claro, a todos nos gustan los tentáculos. Las criaturas monstruosas que nos aterrorizan. Él odiaba a todo el mundo, también a los judíos, a los hispanos, a los italianos y mucho de su terror hacia lo oscuro y desconocido refleja su xenofobia. No son ese tipo de cosillas que le puedes perdonar al abuelo porque está chapado a la antigua, era alguien que admiraba a Hitler. Así que sí, como otros autores afroamericanos o latinos, utilizamos su horror cósmico contra él. Para hacer que se retuerza en su tumba.

¿Se siente parte de un amplio movimiento, digamos, de descolonización del género de la fantasía?

Es un género que amamos, crecimos leyendo y viendo fantasía y ciencia ficción. Pero no veíamos en ella a gente como nosotros. Por eso queremos hacerlo bien, traer nuevas perspectivas e ideas. Sí, soy parte de esto. Porque este género siempre ha sido político, aunque la gente diga ahora que no quiere que le metan política en 'su' ciencia ficción o 'su' fantasía. Quizá la primera historia anticolonial en ciencia ficción sea ‘La guerra de los mundos’: lo que sucede cuando llega otro poder colonial. ‘Star Trek’ es muy político. ‘Star Wars’ va literalmente de luchar contra los nazis en el espacio. Frankenstein habla de la naturaleza humana y la industrialización. Los zombies, del miedo a qué nos puede hacer la contaminación.

Las diversidades que reivindican no son solo raciales.

Sí. Cuando aparecieron personajes negros en ‘Juego de tronos’ había gente que se enfadó. Pero bueno, ¿si hay dragones no pueden haber personajes negros? Lo mismo sucede con la integración de personajes LGTBI, la diversidad sexual siempre ha estado aquí en la realidad, es muy extraño crear mundos imaginarios sin ella. En mis libros, simplemente quiero que sean parte de la historia.

El nombre de su blog reivindica a los hombres del sur que Tolkien asociaba al mal…

Si, en él la luz y el bien se asocia a lo blanco y lo oscuro, al mal. Hay hombres negros medio trolls, monstruos que no son humanos. Yo amo los libros de Tolkien. Pero no puedo evitar ver eso, es una relación de amor-odio. Es cierto también que quienes lo han estudiado recuerdan que era un lingüista, que intentaba reflejar el mundo medieval, incluyendo su miedo al islam. Y en realidad él no era en absoluto un fascista, se negó a que los nazis utilizaran ‘El Hobbit’. Pero que lo encontraran interesante y pensaran que se podía utilizar como algo supremacista blanco quiere decir algo, ¿no? Pasa algo parecido con el papel de la mujer. En ‘La rueda del tiempo’ de Robert Jordan los personajes femeninos son fuertes, muchos de ellos ‘queer’, lo hacía en los años 80 y 90…

Pero siempre acaban con el trasero azotado. Jordan parece que fuera un fetichista obsesionado por el ‘spanking’.

¡Cuando lo leí como adolescente no me dí cuenta! Pero esas mujeres poderosas siempre acaban azotadas, siempre cruzan los brazos sobre sus pechos. Esos viejos escritores son capaces de ser muy avanzados en unas cosas y retrógrados en otras. Pienso, ¿cómo leerá una mujer esos libros? Eso me encanta, vaya, eso en cambio es odioso… Como escritor, siempre intento hacerlo mejor.