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Crítica de 'El origen del mal': bestiario de gente mala

'El origen del mal'

'El origen del mal'

Nando Salvà

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Este exaltado relato de miserias intrafamiliares, traiciones entre amantes, patriarcado tóxico y asesinatos se esfuerza en todo momento por pillar al espectador con el pie cambiado. El director Sébastien Marnier sostiene la narración sobre una serie de piezas de información ausentes -actitudes ilusorias, secretos inconfesables, motivos engañosos- que van saliendo a la luz gradualmente, y entretanto la mantiene oscilando entre el territorio del melodrama, el del ‘thriller’ y el de la farsa y el esperpento mientras retrata a una mujer en apuros financieros que intenta conectar con su adinerado padre, que nunca estuvo a su lado, y con la hostil familia de este. ¿Es dinero lo que busca la recién llegada? ¿Es afecto, o venganza? ¿Qué espera obtener de ella su tiránico progenitor? En su búsqueda de respuestas, la película se convierte en un muestrario de comportamientos terribles.

‘El origen del mal’ es una película de trazo grueso, y buena parte de sus personajes son meras caricaturas. Y, aunque por un lado eso le impide explorar los asuntos que enuncia -lucha de clases, enfermedad mental, odios intergeneracionales-, por el otro contribuye a su eficacia a la hora de exhibir una sensibilidad orgullosamente ‘camp’, presentar sus respetos a Claude Chabrol, ‘Succession’ y otros modelos más valiosos que ella y, sobre todo, mantenernos atrapados tanto a nosotros como a esos personajes en una red de vistosos giros argumentales.