Crítica de música

Sílvia Pérez Cruz, en la atalaya de su vida (por ahora) en el Tívoli

La cantante ampurdanesa deslumbra en la puesta de escena de su nuevo álbum, ‘Toda una vida, un día’, cancionero que recorre las distintas estaciones del ciclo vital, arropada por un exquisito trío y un frondoso coro de una treintena de integrantes

Jordi Bianciotto

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Como recordó cuando el concierto tocaba a su fin, hace 22 años que Sílvia Pérez Cruz dejó Palafrugell para ir a estudiar música a Barcelona. “¡Ya me habéis oído mucho!”, deslizó, mostrándose sorprendida por el hecho de que la audiencia siguiera atenta a sus aventuras después de todo este tiempo. Pero con conciertos como los del Tívoli (festival Guitar BCN) sería para hacérnoslo mirar, si no siguiéramos al dedillo, con los sentidos bien abiertos, la peripecia de esta artista distinta, regida por sus propias leyes.

Su nuevo álbum, ‘Toda la vida, un día’, es su atalaya creativa (por ahora), una obra que ofrece un ciclo de canciones, 21, que simbolizan las cinco estaciones de nuestro paso por este mundo. En el Tívoli las recorrió una a una, mimando sus infinitas inflexiones con tres colosales músicos, Marta Roma, Carlos Montfort y Bori Albero, y un coro superlativo, en el que figuraban cómplices de vida y artes como Salvador Sobral, Judit Neddermann o la que fue su maestra, Carme Canela. En el centro, su figura inquieta, cantando con un voluptuoso abanico de registros y poniéndose al servicio de las canciones y sus relieves, y recuperando el saxo, su primer instrumento.

Con caligrafía libre

Se diría que, a costa de haber ido trabajando en los géneros populares, Sílvia Pérez Cruz los ha acabado interiorizando de modo que logra transmitir su espíritu con una caligrafía libre. El tránsito “circular” de este repertorio (así lo ha descrito) incluyó miradas a la canción latina y la música de cámara, al jazz y al acento flamenco sin crear fricciones, logrando que todo fluyera.

Y eso que el recital no estuvo exento de agudos cambios de estado de ánimo, desde la inocencia de las canciones de infancia (‘La flor’), a la búsqueda propia de la juventud (la turbia ‘Sin’, la algarabía flamenca de ‘Salir distinto’) y al confort de rodearte de quien quieres (‘Mi última canción triste’, exquisito dueto con Canela), y de ahí a este estadio de madurez que ella identifica con la palabra ‘peso’ y que, vestida de negro, condujo a la delicadísima cita con Sobral, deslizando la idea de que “les cançons són immortals”.

Como desenlace, en un bis con ecos del pasado (el ‘Pequeño vals vienés’ e ‘Hymne à l’amour’, a toda guitarra), un ’21 de primavera’ con todos los cómplices sentados en el suelo, en hermandad, y la estela proyectada al futuro. Tras dos horas y media, el ciclo de canciones bien podía volver a empezar, tal como la carrera de Sílvia Pérez Cruz renace y apunta más alto en cada nueva estación.

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