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Crítica de 'La mujer de Tchaikovsky': disidencia emocional y social

‘La mujer de Tchaikovsky’

‘La mujer de Tchaikovsky’

Quim Casas

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Menos delirante que 'La fiebre de Petrov', el anterior filme del cineasta ruso a contracorriente Kirill Serebrennikov, pero igual de densa e intensa que aquella, 'La mujer de Tchaikosky' se centra en el personaje de Antonina Miliukova, la joven de posición más o menos acomodada que se enamoró secretamente del célebre compositor, le escribió varias cartas, se le declaró y aceptó casarse con él pese a que el autor de ‘El lago de los cisnes’ le dijo que nunca se enamoraría de nadie y que solo quería una suerte de amor fraternal, nunca apasionado.

La figura de la esposa y después viuda de Chaikovski es perfecta para el director de ‘Leto’, un cineasta interesado en las disidencias –él mismo lo es política y culturalmente en la Rusia actual– y en las situaciones personales condicionadas por marcos represivos de distinta índole. En ‘Leto’ era el comunismo feroz de la antigua Unión Soviética que prohibía, entre otras cosas, el rock anglosajón. En este caso es la sociedad rusa de finales del XIX y el papel de las mujeres en esa sociedad que restringía totalmente sus libertades y deseos. El compositor es un mero instrumento en la película para el retrato de una mujer quizás obsesiva y obsesionada con un ideal inalcanzable, pero dueña de sus actos, sus decisiones, sus errores y aciertos. Serebrennikov la filma con justicia pese a que nadie, ni su propio esposo, entiende ninguno de sus actos.