Una muestra excepcional

La National Gallery subraya la importancia de Barcelona en la invención del arte moderno

La pinacoteca londinense inaugura una exposición dedicada al posimpresionismo que sitúa a la capital catalana entre las ciudades europeas que impulsaron el nacimiento de las vanguardias

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Rafael Tapounet

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En los años que precedieron y siguieron a la llegada del siglo XX, el arte europeo experimentó una transformación radical que, entre otras cosas, supuso una ruptura con la tradición naturalista que había sido hegemónica desde el Renacimiento. Esta revolución, surgida a rebufo de las innovaciones aportadas por el movimiento impresionista, tuvo su epicentro en París pero recibió también impulsos determinantes desde otras ciudades europeas: Viena, Berlín, Bruselas y Barcelona. Ciudades que “ayudaron a definir muchas de las nociones que hoy tenemos de ese periodo apasionante y revolucionario que sentó las bases del arte de los siglos XX y XXI”. Así lo reconoce, y así lo explica, la exposición ‘Después del impresionismo. Inventando el arte moderno’, que desde el sábado 25 hasta el 13 de agosto podrá visitarse en la National Gallery de Londres.

La muestra, uno de los acontecimientos más importantes de la temporada en la pinacoteca de la capital inglesa, reúne 97 obras excepcionales realizadas entre 1886 y 1914, con el aliciente de que muchas de ellas pertenecen a colecciones privadas y, por tanto, rara vez se muestran al público. Cézanne, Van Gogh, Gauguin, Rodin, Matisse, Picasso, Klimt, Kandinsky y Mondrian son algunos de los artistas presentes en esta exposición que, en palabras de Gabriele Finaldi, director de la National Gallery, relata “una historia espectacular”.

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'Puesta de sol en Montmajour', de Vincent Van Gogh. / The National Gallery

Y en esa historia Barcelona juega un papel protagonista. Junto a Bruselas, Berlín y Viena, la capital catalana aparece destacada como una de las ciudades europeas que, con la antena puesta en los cambios acelerados que se estaban produciendo en el mundo artístico parisino, demostraron tener “un compromiso más consistente con la vanguardia” y supieron alumbrar “sus propias, y distintivas, manifestaciones de la modernidad”. Lo explica la historiadora del arte MaryAnne Stevens, comisaria de la exposición, que pone el acento en la importancia que la taberna Els Quatre Gats tuvo a la hora de aglutinar y difundir las “visiones disidentes” de un colectivo de artistas que, en muchos casos, habían estudiado y trabajado en París.

La modernidad de Casas

En la sala que la muestra dedica a Barcelona se exhiben obras de Hermen Anglada Camarasa, Ramon Casas (‘Lautomòbil’, de 1900; “todo un símbolo de la idea de modernidad”, según Stevens, que pertenece a la colección del Cercle del Liceu y que nunca antes había salido de España), Santiago Rusiñol, Isidre Nonell, Pablo Gargallo y tres pinturas que Pablo Picasso realizó en 1901, durante su segunda visita a París, justo después de haber estado alternando con el núcleo modernista en Els Quatre Gats, establecimiento en el que había expuesto por primera vez sus trabajos y para el que había diseñado la portada del menú.

Dos de las obras picassianas están pintadas en un cuadro de dos caras y demuestran que el artista malagueño se movía en esa época mucho más rápido que cualquiera de sus contemporáneos. En un lado, ‘Mujer en el palco’, un festival cromático en el que la huella de Toulouse-Lautrec está todavía muy presente; en el otro, ‘Bebedora de absenta’, que con sus volúmenes definidos y su atmósfera de tristeza y soledad anuncia el advenimiento del periodo azul.

Nuevos rumbos

Picasso reaparece más adelante en la exposición, en el capítulo dedicado a los nuevos rumbos del arte europeo en el siglo XX. Han pasado solo cinco años pero el pintor malagueño es ya un artista radicalmente diferente. En ‘Mujer desnuda peinándose’, de 1906, el color retrocede y aparece la fascinación de Picasso por las tallas africanas que había introducido en París el galerista Joseph Brummer (cuyo retrato, pintado por Henri Rousseau, forma también parte de la muestra). Tres años más tarde, en ‘Mujer con peras’, las formas geométricas y los colores abstractos se han apoderado del lienzo y anuncian la dirección que tomaría el pintor en el desarrollo del cubismo, ya plenamente asentada en el retrato fracturado de ‘Wilhelm Uhde’, de 1910.

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'El asombro de la Máscara Wouse', de James Ensor. / The National Gallery

Con el deconstructivismo de Picasso y Georges Braque y los primeros pasos en el camino de la abstracción de Piet Mondrian y Vasily Kandinsky concluye un recorrido fascinante que se inicia con ‘Las grandes bañistas’, de Cézanne, y que repasa 25 años de arte europeo a través de piezas capitales aunque no siempre suficientemente conocidas. Entre los más gratificantes descubrimientos destacan obras como la sorprendente ‘El asombro de la Máscara Wouse’ (1889), del belga James Ensor; la conmovedora ‘El lecho de muerte’ (1895), de Edvard Munch; la monumental ‘La danza’ (1906), de André Derain, y la salvajemente colorista ‘Joven finlandesa’ (1907), de Sonia Delaunay, una de las cinco mujeres representadas en la exposición (la acompañan Camille Claudel, Broncia Koller-Pinell, Käthe Kollwitz y Paula Modersohn-Becker). Cinco mujeres y 46 hombres. Que el arte del ‘fin-de-siècle’ podía resultar muy audaz y revolucionario pero en asuntos de género no dejaba de ser deudor de su tiempo.