Discos de la semana

Caroline Polachek: entre lo terrenal y lo divino, tan solo el deseo

En el segundo álbum que publica con su nombre, la cantautora neoyorquina se sumerge en todas las vertientes del pop para trascenderlas con rotunda naturalidad

Los nuevos elepés de Madee, Ron Sexsmith, Nickzzy, Brad Mehldau y Joe Henry, también reseñados

Caroline Polachek

Caroline Polachek / Nedda Afsari

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Hay una cierta corriente cultural en alza alrededor del deseo y su exploración. Annie Ernaux, escritora del deseo por antonomasia, acaba de ganar el Nobel; ‘Lo que hay’, de Sara Torres, una autoficción de duelo y deseo, fue el 'hit' editorial del verano; uno de los 'bots' más célebres en Twitter es el de ‘Fragmentos de un discurso amoroso’, piedra angular teórica del deseo, y hasta Ti West nos entregaba en 2022 'X': un 'horror', sí, pero sobre el deseo puro.

En su nuevo disco, ‘Desire, I Want To Turn Into You’, Caroline Polachek capta con agudeza este sentir y lo lleva con maestría a su terreno. Nunca mejor dicho. ‘Welcome To My Island’, corte de apertura y una brillante concesión al pop 80’s, es literalmente una invitación a entrar a un paraíso terrenal de palmeras y aguas cristalinas, atardeceres de rojo intenso y volcanes cubiertos de humo. A partir de allí, todo el disco transita en una tensión entre lo terrenal y lo etéreo, entre sonidos digitales y analógicos, entre imágenes de esta isla imaginaria y fogosa, ángeles que rehúyen toda representación (preciosa balada-Badalamenti, ‘Crude Drawing of An Angel’), amores como atardeceres (‘Sunset’ es ‘La Isla Bonita’ de nuestro siglo y no se me ocurre mejor cumplido) y cantos a la inmortalidad (‘I Believe’). ¿Y qué es el deseo, sino precisamente aquello entre lo real y lo imaginario, no tanto la persona deseada cuanto la idea que tenemos de ella?

Abrazar lo desconocido

Desea aquí Polachek no algo, sino ser el Deseo mismo, todos los deseos a la vez. Y, para hacerlo, se sumerge en todas las vertientes del pop para finalmente trascenderlo. Tenemos sonidos 90’s a lo Massive Attack, gaitas, un 'feat' con Grimes y con ¡Dido! Pero, sobre todo, tenemos a una artista absolutamente original. Porque esto es Enya, es Björk, es Imogen Heap y no es nada de todo eso a la vez. La coproducción de Danny L. Harle es, como siempre, impecable, y en las hábiles manos de dos de los pioneros más vanguardistas del pop nos encontramos ante un disco que encuentra su voz abrazando lo desconocido con una naturalidad rotunda.

Si el álbum empezaba trasladándonos a una isla de tierras rojizas y transitaba cada vez más hacia lo etéreo (‘Smoke’, uno de los mejores cortes, donde lo deseado es tan volátil como el humo de un volcán), se cierra en cambio absolutamente instalado en lo divino, con ese coro casi angelical de ‘Billions' que canta "nunca me sentí tan cerca de ti" entre susurros cada vez más débiles, hasta desvanecerse por completo. El objeto de deseo, por definición, siempre es inalcanzable. Y precisamente por eso lo seguiremos deseando eternamente. Patri Di Filippo

Otros discos de la semana

La operación retorno de la banda de Cabrils ha conducido a un hermoso ciclo de tres álbumes cuya cima la pone este ‘Conundrum’, apretando tuercas y trazando nuevos corredores para sus artefactos energéticos con alma. Un cancionero de espectro más amplio, rico en soluciones armónicas inhabituales, con tanto vigor como concreción melódica (y estribillos). Y al frente, un Ramón Rodríguez (The New Raemon) hiperexpresivo, invocando su yo más torrencial. Jordi Bianciotto

“Nunca he podido entender la importancia o la inteligencia / de predicar la condena y la tristeza”, canta Sexsmith en ‘What I had in mind’. En su ya 17º elepé, el canadiense prefiere hablar de los placeres sencillos de la vida en un entorno rural y de las recompensas del amor duradero, asuntos aparentemente poco sexis que en la voz de este discípulo de Ray Davies y Elvis Costello suscitan una emoción honda y genuina. Canciones pop tejidas con mimo que abrigan y reconfortan. Rafael Tapounet 

Primer disco de la última promesa de lo urbano en España. Nickzzy, bilbaíno de raíces dominicanas al que sí ha podido seducir una gran discográfica, cumple con la expectativa abriéndose a otros géneros urbanos más allá del drill. Álbum que irradia ambición, combinada con medios y colaboradores-padrinos de lujo (de las bases de Steve Lean hasta el viral timbre de voz de Polimá Westcoast), pero que se sustenta en las historias de superación de un joven que se sabe, al menos a través de sus letras, a medio camino de la meta. Ignasi Fortuny

Han estado siempre en su repertorio -y en su ADN como músico-, pero nunca antes les había dedicado un disco entero, y además a piano solo. No tiene el efecto sorpresa de sus encuentros a trío con las melodías de McCartney y Lennon en los años 90, pero la combinación de la sencillez de las canciones originales y la profundidad, los matices y la riqueza expresiva del Brad Mehldau maduro es imbatible. Un acto de amor a la música que le hizo ser quien es y un disco que regala algo nuevo -un detalle, una idea- en cada escucha. Roger Roca

Aunque pasen por el disco numerosos (y encopetados) cómplices, como Daniel Lanois, Marc Ribot o Bill Frisell, este Joe Henry luce severamente recogido, buscando el confort en las fibras acústicas y capturando cierto minimalismo pandémico. Aunque lo último que deseemos sea recordar aquellos días y noches, estas canciones se elevan, bellas y atemporales, con su narrativa vivida, sus vestigios de góspel y folk celta, y sus mimbres melódicos a lo Tin Pan Alley. J. B.

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