Crítica de teatro
'FitzRoy': la altura de las expectativas
El autor de 'El método Grönholm', Jordi Galceran, regresa a los escenarios con una nueva comedia sobre cuatro mujeres alpinistas decididas a hacer historia
Manuel Pérez i Muñoz
Periodista.
No se prodiga mucho, y eso genera expectación. Jordi Galceran ha recorrido mucho mundo con sus comedias y ahora, diez años después de 'El crèdit', presenta su nuevo texto en el Borràs. Quinta colaboración con el director Sergi Belbel, esta vez para remontar el periplo de cuatro escaladoras a punto de hacer historia, la primera cordada femenina que aspira a alcanzar la cima del FitzRoy, montaña de los Andes que da nombre a la obra, por la vía yugoslava. El compañerismo inicial de repente se tensa. Cuando las alpinistas están a punto de cumplir un sueño, un contratiempo las enfrenta. Poco más se puede decir para no descubrir el pastel.
Galceran quería escribir una obra de aventuras y en verdad el reto planteado es de altura. Como en su archiconocido éxito 'El mètode Grönholm', la obra se desarrolla en una única escena, con unidad de tiempo, de acción y de espacio. Esta vez no se trata de conseguir un puesto de trabajo, ahora los motivos son deportivos, pero la ambición retorcida vuelve a impulsar a los personajes hasta el límite. La obra no tiene el gamberrismo político de 'Burundanga' y sus referencias a ETA, ni bebe de la actualidad como 'El crèdit', que ridiculizó los bancos durante la pasada crisis. 'FitzRoy', si acaso, resulta oportuna dentro de la ola de feminización de los argumentos, aunque se tenga que recurrir a una figura masculina para hacer avanzar la trama. La búsqueda de la verosimilitud lastra hasta cierto punto la comedia, que acaba apuntalada en un humor situacional -entre blanco, verde y escatológico-, una obra de consumo popular que habría encajado a la perfección en el repertorio de las T de Teatre.
Belbel demuestra todo su oficio en este montaje. Si cada réplica está estudiada, su lectura del texto exprime todos los rincones cómicos posibles. Hay obstáculos evidentes, como cuando las protagonistas juegan a la "frase maldita", recurso reiterado que se hace pesado. Pero si por algo merece la pena subir el FitzRoy es por las actrices. Míriam Iscla brilla como líder sin escrúpulos y, de paso, integra sus gestos hasta hacernos creer que ha escalado toda la vida. Sílvia Bel -que sí escala- da con el punto de ingenuidad, suficiente para que empaticemos con las batallitas dispersas de su personaje. A Sara Espígul le toca la parte dramática, que ejecuta resuelta, mientras que cabe aplaudir la solvencia del debut en catalán de la madrileña Natalia Sánchez. Buenas interpretaciones para una comedia de gran factura, aunque la escalada no llegue a la altura de las expectativas.
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