Crítica de teatro
El Ciclo Katharsis viaja de lo colectivo a lo personal en el Teatre Lliure
Durante casi diez días, el Lliure ha actuado de escaparate para seis propuestas que huyen de las definiciones canónicas de las artes escénicas
Manuel Pérez i Muñoz
Periodista.
En las dos últimas semanas, del 19 al 28 de enero, el Lliure ha desplegado seis propuestas que transitan lejos de la ortodoxia escénica. Al ciclo Katharsis cada vez le cuesta más encontrar un común denominador. El de este año (cuarta edición) supone un viaje de fuera hacia dentro, de la reflexión sobre nuestro comportamiento en el espacio público hasta la intimidad doméstica.
En esta línea, el pasado fin de semana se vio la reposición de la obra 'La plaza', una de las creaciones más despiertas de El Conde de Torrefiel. Estrenada en el Grec de 2018, se trata de un mosaico de escenas cotidianas habitadas por personajes sin cara, una fantasmagoría sobre el presente occidental y una visión sobre su futuro más oscuro.
Robot y drogas
Mientras tanto, también en una plaza –la Xirgu–, un claustrofóbico bloque de cemento se anuncia como una farmacia. Al entrar descubrimos un robot con aspecto de mujer que explica las bondades de todo tipo de drogas. Se trata de la instalación 'Happiness', de Dries Verhoeven, que sitúa sus reflexiones en la frontera del transhumanismo: cerebros humanos que responden a los estímulos como máquinas.
Muy cerca de allí termina el espectáculo 'The Hole & Corner Travel Agency', de Marga Socias, una visita guiada por las entrañas del Lliure a la caza de 'axis mundi', puntos energéticos de realidades paralelas que la entregada oficiante intenta descubrir entre la incredulidad y el desconcierto de los participantes. Depende de cada uno entregarse a la propuesta para encontrar algo más que un juego.
El chef nómada
También explorando la noción de ritual social, 'Raw', de Laia Fabre y Thomas Kasebacher, que proponen algo tan simple como una cena. La del viernes, un estímulo sensorial elaborado por el chef nómada Joseba Cruz, con alguna intervención dispersa de la artista plástica Marria Pratts. Más allá de un soberbio banquete, faltó espectáculo, envoltorio para distinguir la diferencia entre un restaurante y un teatro.
'Performance' de cinco horas
De lo colectivo a lo personal, el Katharsis contó también con dos piezas sobre la intimidad completamente opuestas. Markus Öhrn presentó 'Domestic Violence', una 'performance' de cinco horas con dos ejecutantes mascarados exponiendo los resortes de la violencia machista y, de paso, poniendo a prueba la paciencia de los espectadores.
Justo al contrario que 'Tête-à-tête', de Stéphane Gladyszewski, una pieza de 20 minutos para un solo espectador, una sencilla y efectiva reflexión sobre la propia identidad que a través de objetos e ilusiones ópticas platea uno de los 'leitmotiv' del ciclo, que el propio espectador acabe formando parte del sentido de las obras.
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