Entrevista con la escritora chilena

Nona Fernández: "El toque de queda y las bombas eran lo normal con Pinochet, pero fui una niña feliz"

La autora publica 'Space invaders', una evocación de su infancia durante los años de la dictadura pinochetista

Nona Fernández

Nona Fernández / Elisenda Pons

Elena Hevia

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Chile tiene un enorme elefante campando por el país mientras buena parte de sus habitantes se empeñan en seguir viviendo como si aquello no estuviera allí. Ese elefante es el fantasma de la dictadura que les marcó a fuego, aunque luego las instancias oficiales quisieran publicitar lo que vino después como la economía más solvente de Latinoamérica, olvidado la enorme brecha social que les ha agitado en los últimos años con explosivas revueltas sociales y un intento fallido de cambiar la constitución de Pinochet, que finalmente se impulsará en el 2023. Por eso, leer a la autora chilena Nona Fernández, novelista, mujer de teatro y activista es importante si se quiere conocer bien el país andino. Fernández es autora de una constelación de pequeñas novelas impulsadas por la necesidad de recuperar los recuerdos individuales en un territorio marcado por la desmemoria. Con 'Space invaders' (Minúscula), que fue candidata al National Book Award en Estados Unidos, la autora recupera el recuerdo de una compañera de colegio, hija de un policía torturador, en los oscuros años de la dictadura. La autora ha visitado Barcelona recientemente para impartir un taller de teatro en la Sala Beckett.

Todos sus libros advierten de la necesidad de tener memoria, aunque hasta los recuerdos pueden engañarnos. ¿Cómo de necesario es eso? 

En Chile la memoria siempre ha estado en disputa. ¿Quién es el que recuerda y cómo se recuerda?, esa es la pregunta. Porque cuando la memoria es contada por los vencedores quedan muchas cosas que no salen a la luz. Ustedes en España lo saben bien. 

Me interesan las historias que sucedieron cerca de mí y que no tuvieron nunca espacio en la historia oficial o en la mediática

Chile recogió de España nuestra Ley de Amnistía, una forma quizá discutible de hacer tabla rasa con el pasado. 

Eso eso. Por eso es tan importante recordar. En este caso quise hacer un retrato que tiene que ver con mi experiencia de niña y adolescente en dictadura. Me interesan las historias que sucedieron cerca de mí y que no tuvieron nunca espacio en la historia oficial o en la mediática. 

En esta ocasión está su infancia, que transcurrió durante la dictadura. Su recuerdo, sin embargo, es el de un época feliz aunque a medida que avanza el libro, aparecen sombras ominosas. 

Yo nací en el 71, un poco antes del golpe militar. Mi niñez completa sucedió en esa época y no tuve nunca un punto de comparación con una época democrática. Para mí el toque de queda, los apagones, las bombas y los velorios eran la normalidad, pero eso no quita que haya sido feliz. Además estábamos muy protegidos por los adultos que por diversas razones, el miedo, la pena o las ganas de ahorrarnos inquietudes, tampoco hablaban de eso. Por eso, buen parte de mi generación al principio no comprendíamos mucho. Luego creamos herramientas para explicarnos a nosotros mismos.

En su caso las novelas, construidas con materiales reales. 

Sí, Estrella González era compañera de clase. Aquí la he retratado a través de la evocación de mis amigos de entonces, que me han trasmitido recuerdos muy distintos de ella y muchas veces opuestos. 

La memoria es porosa, difícil de fijar y en ocasiones los recuerdos tienen mucho de ficción

¿La memoria es un problema?

Muy grande. Es porosa, difícil de fijar y en ocasiones los recuerdos tienen mucho de ficción. Quizá la única manera de entender recuerdos colectivos cuando hablamos de una sociedad es entender que están alimentados por muchas voces y que nunca van a ser únicos, como en la historia oficial. 

¿Cómo eran sus recuerdos de Estrella? 

Era una niña como nosotros. Un día nos enteramos que era la hija de un monstruo, el hombre que estuvo detrás del Caso Degollados, en 1985, que fue famoso porque el control sobre los medios de comunicación empezó a ser menos férreo en esa época y se publicitó mucho. El coche rojo del padre, espectacular para nosotros, chicos de barrio, que nunca habíamos visto un auto así, sirvió para secuestrar a los tres militantes comunistas que fueron torturados y asesinados. En ese mismo coche, a mis amigos y a mi se nos invitó y fuimos a dar una vuelta a la manzana, toda una aventura para nosotros. Con el tiempo aquel recuerdo se tiñó de horror. 

Los niños entonces jugaban a los marcianitos, el 'Space Invaders' del título. Es una metáfora de lo fácil que resultaba matar en la dictadura. 

Todos jugábamos en nuestras consolas Hatari. Pasábamos tarde enteras, porque las tardes de la dictadura eran muy aburridas. Es fácil ver a la gente que sale a la calle a manifestarse mientras un tanque de la policía los extermina. 

Las manifestaciones durante la dictadura tuvieron un paralelo en las revueltas de 2019. ¿Por qué la economía más solvente de Latinoamérica no supo solucionar sus conflictos sociales? 

Recordar sirve para entender el presente desde otro lugar. Según la constitución de Pinochet, Chile es un Estado subsidiario. Eso quiere decir que solo se hace cargo de los derechos sociales si el mundo privado no se cargo de ello. De ahí que haya un predominio de la sanidad y la educación privadas y que el ámbito público en esas áreas sea muy precario. Y eso es porque constitucionalmente no existe una obligación. 

En Chile, el proyecto de constitución se perdió porque hubo una gran campaña en redes, al estilo Trump, tergiversando la realidad

De ahí que desde los sectores más progresistas se impulsara la idea de reformar la constitución. Pero el pasado septiembre las urnas la rechazaron. ¿Por qué no prosperó?

Teníamos un proyecto de constitución muy progresista, por lo menos para lo que es Chile. Planteaba una democracia feminista y un Estado plurinacional. Lo que no interpretamos bien fue que existe una gran cantidad de personas que nunca votan y que son apolíticas (lo que en Chile significa ser de derechas) y que al ser el voto obligatorio, en este caso optaron por rechazarlo. Es probable que no supiéramos comunicarlo bien. Además hubo una gran campaña en redes, al estilo Trump, tergiversando la realidad y la crisis económica, que tampoco ayudó. La gente quería respuestas rápidas. Pero perfilar una nueva constitución y luego implementarla era un proceso demasiado largo.

Con ese bagaje, parece lógico que su literatura mire al pasado y estalle en el presente, ¿no?

Siempre he mirado hacia atrás. He confrontado aquellos hechos con un presente insatisfactorio desde que tengo uso de razón. Hoy seguimos con la misma constitución de Pinochet y es difícil encontrar una puerta de salida porque todo te devuelve a la dictadura.