Crítica de jazz

Marc Ribot, la belleza de las cosas medio rotas

Marc Ribot, el antihéroe de la guitarra al que tanto quieren y tanto deben Waits, Faithfull o Costello, sigue su camino en los márgenes de todo, como demostró el jueves en el Conservatori del Liceu dentro del Festival de Jazz de BCN

Marc Ribot, en el concierto que ofreció el jueves en el Conservatori del Liceu

Marc Ribot, en el concierto que ofreció el jueves en el Conservatori del Liceu / Jordi Cotrina / Voll-Damm Festival de Jazz de Barcelona

Roger Roca

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El gorro calado, las gafas de cerca para ver bien las partituras amontonadas en el atril y una guitarra que de tan maltratada parece que no aguantará un asalto más. La entrada de Marc Ribot al escenario es digna de ver. Ahí va un señor con pinta de cualquier cosa menos de estrella de la guitarra. Sin ceremonias, se enfrasca a tocar una melodía casi infantil que luego se desvanece y se convierte en otra cosa. Es como si retomara algo que dejó a medias hace solo un rato. O como si en lugar de dar un recital estuviera a solas con sus pensamientos, hurgando en la memoria y enlazando recuerdos. La melodía es de Albert Ayler, soñador y saxofonista de free jazz y uno de los nombres que el guitarrista tiene en grande en su santoral particular.

Marc Ribot intenta constantemente que su guitarra sea otra cosa. Un saxofón, un grito, un carrito despeñándose por una pendiente. Lo escribió así mismo en su debut literario, 'Unstrung', mitad memorias y mitad colección de cuentos retorcidos. Y el jueves, en el Conservatori del Liceu, dentro del Voll-Damm Festival de Jazz de Barcelona, la imagen no podría ser más perfecta. La música suena a trompicones, arrancada a zarpazos de la guitarra. Y va bajando del free jazz a un blues embarrado y tosco, alma gemela del blues de antes pero hecho hoy, con las penas de la vida de nuestro siglo. Luego es una canción que nadie había escuchado antes y que se entrecorta para que suene por un momento la melodía de 'Jingle bells' pero abollada, de resaca de Navidad. Más canciones inéditas cantadas con voz de persona y no con voz de cantante. Y de repente, maravilla, los arpegios delicadísimos de una pieza para guitarra del compositor haitiano Frantz Casseus, otro de sus héroes. Todo el mundo en el Conservatori sabe que Ribot es un guitarrista extraordinario, claro. Pero no deja de asombrar que en ese preciso momento, entre esos escombros, asome una filigrana tan bonita y tan compleja.

El Marc Ribot cantante

Marc Ribot, el antihéroe de la guitarra al que tanto quieren y tanto deben Tom Waits, Marianne Faithfull o Elvis Costello, sigue su camino en los márgenes de todo, buscando el cardo entre las flores. La belleza que le conmueve es la de las cosas medio rotas, frágiles o salvajes. De eso habla en las canciones que escribe él mismo. Porque ahora a Ribot, que ha hurgado en todos los cajones posibles de la historia de la música popular, le apetece cantar. “Estoy intentando convertirme en una especie de cantautor folk”, dijo medio en serio, medio en broma. En Barcelona estrenó unas cuantas. La crónica de un desamor en forma de haiku, porque la cosa se ve que fue breve, una canción sobre un puente que te absorbe en la gran ciudad y te escupe luego en Brooklyn. Tiene una sobre el Empire State Building donde la letra incluye el folleto que te dan cuando haces la visita turística al edificio de una ciudad que es su casa y su musa. Otra que es un corte de mangas al neoliberalismo y a sus mantras y que acaba tal que así: “La información es el rey. El rey ha muerto. Y la reina está haciendo twerking en Youtube”. Chin pun. Marc Ribot se levanta, saluda, sonríe solo a medias y se va tal como llegó. Con pinta de todo menos de artista mayúsculo.