Lucian Freud protagoniza la gran exposición del otoño londinense en la National Gallery

Una retrospectiva rinde homenaje al gran artista del arte figurativo británico en el centenario de su nacimiento

Detalle de la exposición, en la National Gallery de Londres.

Detalle de la exposición, en la National Gallery de Londres. / GETTY

Begoña Arce

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Hace tres décadas el más influyente coleccionista de arte en Gran Bretaña, Charles Saatchi, no dudo en considerar a Lucian Freud como “el mayor pintor realista desde Ingres”, en un artículo de Vanity Fair. “Si alguien se imagina el Prado, el Louvre, o la National Gallery dentro de 200 años, estoy seguro de que los trabajos de Freud estarán colgados allí”. Afortunadamente no ha hecho falta esperar tanto. Más de medio centenar de obras de Freud ocupan estos días las mismas salas que albergaban hasta hace poco a Tiziano y Rafael.

El museo de Trafalgar Square celebra con una magnifica retrospectiva el centenario del nacimiento de Freud (1922-2011), considerado como la figura más influyente de arte figurativo británico del siglo XX. Judío, nacido en Alemania, Freud llegó a Gran Bretaña de niño en 1933, huyendo de los nazis. Hijo de un arquitecto que hubiera querido ser artista y nieto de Sigmund Freud, el pintor con una personalidad compleja y una vida sulfurosa al margen de las reglas de la domesticidad, confesaría, ya entrado en años, no haber probado la receta de su abuelo y haberse psicoanalizado.  

 La exposición reúne algunas de sus pinturas más conocidas, mezcladas con otras apenas vistas desde hace mucho tiempo. Los organizadores la titulan, “Nuevas perspectivas”, tratando de huir de la leyenda, que en ocasiones ha eclipsado la obra del aventurero sexual de apetito insaciable e incontables hijos ilegítimos, protagonista de farras y peleas con Francis Bacon en los garitos lumpen del Soho de los años 50, enviciado con el juego en los casinos y frecuentando al mismo tiempo la aristocracia y los bajos fondos.  

Las pinturas de Freud, a pesar del deseo de los comisarios, son sin embargo fundamentalmente biográficas y hablan por sí mismas. Los modelos que utilizó a lo largo de 70 años pertenecían mayoritariamente a su círculo familiar y social más cercano, ya fueran hijas, amantes, funcionarios, potentados, o perros, sin olvidar sus numerosos autorretratos. En uno de estos últimos, “Painter Working” (1993), Freud aparece completamente desnudo, sobre un espacio vacío, la carne mortecina, pintando en su estudio de donde, sobre todo en los últimos años, apenas salía, con la mirada fija en el lienzo invisible que le ocupa. Es un retrato sin piedad, sin concesiones, a la manera que él trataba los cuerpos.

Los desnudos de Freud, una constante en su obra, son crudos, brutales en ocasiones. En Naked Portrait (1979-80) una mujer desconocida, que aparenta dormir revela su sexo, los pechos hinchados, el vientre con la costura de un parto reciente. La mirada del artista es la de un bisturí, el ojo de un forense, con una visceralidad carente de empatía, chocante, incisivo. “Me interesa la faceta animal de la gente. Una parte de mi gusto por los retratos desnudos viene de ahí”, había reconocido.  Freud pintó a su amante adolescente Bernadine Coverley, embarazada de su primera hija, Bella, hoy renombrada diseñadora. En una de las obras expuestas, Bella posa desnuda. En otra, vestida, tumbada en un sofá, lo hace junto a su hermana Esther. “Es un maestro de la intimidad”, afirma Daniel F. Hermann, comisario de la muestra.  

Freud retrató a gente poderosa, como el banquero Jacob Rotchschild, o el Barón Hans Henrik Thyssen-Bornemisza, a cuyo museo en Madrid irá la exposición a partir del 14 de febrero. Isabel II también posó para él. Se dice que entre pincelada y pincelada hablaban de caballos, una pasión mutua. El resultado es un minúsculo óleo, del que probablemente la soberana no quedara muy complacida, en que sale peor parada que los perros y cuadrúpedos que Freud pintaba.

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