Crítica de libros
'Una vida aceptable', de Mavis Gallant: una elegía envuelta en sátira
En la orfandad y extrañamiento de la protagonista, se embosca mucho de la propia autora, quien se instaló en París en 1950 con lo puesto para consagrarse a la literatura
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
En una amplia entrevista que le dedicó 'Granta' en 2009, la canadiense Mavis Gallant (Montreal, 1922 – París, 2014) ensanchó una frase de Marguerite Yourcenar para moldear lo que parecería una divisa de su forma de entender la ficción: «Un caos inútil; en eso consiste». Más que inútil —la reconvendríamos—, se trata de un caos chispeante y confortador por la profundidad que a veces alcanza su escritura, como se desprende de 'Una vida aceptable' / 'Una bona estona' (1970), la segunda de las dos únicas novelas que escribió. La primera, Agua verde, cielo verde (1959), también la rescató Impedimenta del limbo hace cuatro años. Gallant es mucho más conocida por sus cuentos, con los que sus compatriotas Alice Munro y Margaret Atwood se sienten en deuda.
La protagonista es una canadiense anglófona de 27 años, reciente viuda que ha rehecho su vida —en un decir— en el París de los años 60, casándose con un periodista francés llamado Philippe. En el segundo capítulo, la joven ha pasado la noche en casa de una amiga que ha intentado suicidarse y, de camino al domicilio conyugal, no encuentra una excusa verosímil para contarle al marido. De todas formas, él está ausente: a Shirley le llevará buena parte de la novela darse cuenta de que la ha abandonado. En su deambular, se tropieza con amigos, familiares, vecinos y desconocidos que parecen menospreciarla o vivir en un mundo paralelo, donde Shirley, tan cándida como sarcástica, devora libros y ajena a las convenciones sociales, parece compartir la confusión de Alicia en el País de las Maravillas. Su torbellino vital se mimetiza con la estructura narrativa, donde conviven cartas, fragmentos de una novela, apuntes, pensamientos, recuerdos, digresiones. Pero nada sobra. Cada frase está afilada por una psique especialmente hábil en la observación («se sentó como su suegra, como una viuda de Vuillard, como alguien que lleva sus ahorros en una bolsita cosida al corsé»).
En el extrañamiento del personaje hay mucho de la propia autora, quien se instaló en París con lo puesto en 1950 para convertirse en escritora y con cuya madre mantuvo una relación muy distante, igual que la protagonista. Gallant perdió a su padre a los 10 años y su progenitora, que volvió a casarse enseguida, se desentendió de ella, dejándola a cargo de un tutor y, luego, en varios en internados. Así, la sensación de orfandad impregna la novela. A pesar del sarcasmo, de las situaciones disparatadas, de las exhibiciones de ingenio, 'Una vida aceptable' resulta una elegía disfrazada de sátira. En el camino hacia la madurez, Shirley encadena pérdidas: su madre, su primer marido, muerto en un estúpido accidente («supe que mi único triunfo en la vida, mi único logro, sería ese matrimonio»), y el desengaño con el segundo, un ser gélido, incapaz de empatía. Pero no hay tragedia ni autocompasión, porque así es la vida. Ahí es donde cobra pleno sentido el epígrafe de Edith Wharton que encabeza el texto: «Si te decides a no ser feliz, no hay motivos para no llevar una vida aceptable».
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