Crítica de teatro

'Síndrome de gel', valores congelados

El Lliure presenta el nuevo texto de Clàudia Cedó que junto a Mohamad Bitari explora el drama de las deportaciones de niños refugiados 

Una imagen del espectáculo 'Síndrome de gel'

Una imagen del espectáculo 'Síndrome de gel' / Silvia Poch/Teatre Lliure

Manuel Pérez i Muñoz

Manuel Pérez i Muñoz

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

En 2017, el fotógrafo Magnus Wennman capturó una sobrecogedora imagen de dos refugiadas adolescentes en coma. La instantánea ganó el World Press Photo en la categoría de 'gente' y sirvió para dar a conocer por todo el mundo una enfermedad vergonzante para algunos y discutible para la extrema derecha. El 'uppgivenhetssyndrom', síndrome de resignación, es un trastorno disociativo documentado en Suecia que puede llevar hasta el estado catatónico a niños y jóvenes refugiados que se enfrentan a la deportación, al terror que produce regresar al origen de sus traumas. 

El director Xicu Masó, quien ya tocó el drama de la migración en 'El metge de Lampedusa', conoció la existencia de la enfermedad por un reportaje y embarcó a Clàudia Cedó ('Una gossa en un descampat', 'Mare de sucre') en la escritura de una pieza que acabó compuesta a cuatro manos con Mohamad Bitari, autor familiarizado con el contexto como palestino sirio. El resultado es un melodrama efectista que, más allá del secuestro emocional habitual en estos temas, consigue levantar reflexiones de calado político sobre una Europa con los valores congelados. 

Error del sistema

Todo pivota sobre la historia de Eman, una madre que llega a Suecia con sus dos hijas huyendo de la guerra de Iraq. Ante la inminente deportación, una de las niñas contrae el síndrome de la resignación. Comienza entonces una carrera administrativa para detener la expulsión que embarca a dos doctoras del hospital y a la asistente social que lleva el caso. La identificación con la causa es transparente y sin fisuras, no hay cobijo para la duda. En contrapartida, se introducen un conjunto de subtramas que giran la mirada hacia el error del sistema. En este sentido destaca el personaje del doctor Röckström (Carles Martinez), director del hospital y orgulloso defensor de la socialdemocracia de Olof Palme, teorías que en la práctica van cargándose de objeciones, aquello de "yo no soy racista pero...". 

Sobre una estructura que recuerda los telefilms procedimentales, los diferentes hilos van progresando y, hacia el final, la acumulación de historias parece atascar el ritmo en un cuello de botella. Es una de las pocas pegas que se le pueden poner a un montaje que Masó ha dirigido con detalle y precisión, sin dejar que el sentimentalismo se desborde. Para esto es crucial el tono y la sincronía del reparto. En él destacan Muntsa Alcañiz y Judit Farrés -contrastes entre la esperanza y la desilusión-, y en especial brilla la juventud de Roc Martínez, con esa mirada que se va perdiendo ante la promesa de una Europa que no responde.

Suscríbete para seguir leyendo