Crítica de cine
Crítica de 'Un héroe': las variaciones Farhadi
A diferencia de sus obras más celebradas centradas en el ámbito doméstico, en su noveno filme el cineasta iraní abre el foco con el fin de someter a examen a toda una nación.
Nando Salvà
¿Es aceptable no decir la verdad si el fin es noble? ¿Y puede el fin ser realmente noble si conlleva un provecho personal? Son cuestiones que, entre varias otras, Asghar Farhadi se ha planteado sistemáticamente a lo largo de su carrera. Y en sus mejores películas -'A propósito de Elly’ (2009) y 'Nader y Simin: una separación' (2011)- lo ha hecho demostrando en el proceso un talento único para tomar situaciones mundanas y extraer de ellas reflexiones de peso sobre la sociedad iraní y la condición humana, generar dosis de tensión dramática más propias de géneros como el 'thriller' y hacernos sentir el peso que cada decisión carga sobre unos personajes que a veces actúan mal pero que, en todo caso, siempre tienen sus razones.
Sobre el papel, el método de su noveno largometraje es el mismo. Su protagonista es un hombre simple y desesperado que de la noche a la mañana se convierte en tema de discusión en redes sociales, primero en calidad de figura heroica y después de villano, y cuyos intentos de redención se ven saboteados por una sucesión de malentendidos, errores impulsivos y engaños bienintencionados. Y mientras lo contempla Farhadi trata de explorar las contradicciones de una comunidad cuya rígida moralidad choca con una realidad lastrada por las carencias económicas, la corrupción y el caos burocrático, y muestra el papel que fenómenos como el acoso 'online' y la cultura de la cancelación desempeñan en ese conflicto.
A partir de esa premisa, también como de costumbre en su cine, el director va añadiendo personajes, subtramas y dilemas éticos, y se muestra rotundamente hábil convirtiendo esos elementos en una bola de nieve que avanza cada vez más grande y arrasadora. La diferencia es que, si sus obras más celebradas permanecían centradas en el ámbito doméstico, aquí el foco se abre con el fin de someter a examen a toda una nación, y la mayor amplitud de miras diluye la capacidad de penetración. A esa dispersión contribuye el antihéroe protagonista, un personaje tan testarudamente pasivo y despojado de proactividad que sus erráticas acciones, en consecuencia, funcionan menos como prueba de su defectuosa honestidad que como muestrario de todos los trucos narrativos -la falta de lógica en los comportamientos y la manipulación melodramática entre ellos- que Farhadi despliega para mantener nuestra atención.
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