Crítica de cine
Crítica de 'Competencia oficial': el cine y sus egos
El estilo de comedia de sus autores, Gastón Duprat y Mariano Cohn, fuerza la estridencia, pero hay momentos muy divertidos en esta sátira del mundo cinematográfico protagonizada por Penélope Cruz y Antonio Banderas
Quim Casas
Periodista y crítico de cine
Profesor de Comunicación Audiovisual en Universidad Pompeu Fabra y docente en ESCAC, FX, Cátedra de Cine de Valladolid y Museu del Cinema de Girona. Autor de diversos libros sobre David Lynch, David Cronenberg, Jim Jarmusch, Fritz Lang, John Ford y Clint Eastwood. Miembro del Comité de Selección del Festival de Cine de San Sebastián.
‘Competencia oficial’ es una sátira del mundo cinematográfico a la que por momentos le falta pausa para ser más eficaz, y en otras le sobra desparpajo. Es algo habitual en las películas de esta pareja de cineastas argentinos, Gastón Duprat y Mariano Cohn, que practican un estilo de comedia popular y directa –‘Todo sobre el asado’, ‘El ciudadano ilustre’– que en esta ocasión resulta más ambiciosa y de puesta en escena un poco más sofisticada.
El cine, el estrellato, vivir fuera del mundo creyendo ser una leyenda, falsedad, traiciones y engaños. Más o menos de todo esto trata el filme, siempre con un estilo irónico sometido a las prestaciones de sus tres protagonistas. Penélope Cruz da vida a una directora muy moderna y creativa que no tiene miedo de llevar a sus actores hasta el extremo. Antonio Banderas y Oscar Martínez son dos conocidos actores, uno que ha trabajado en Hollywood y otro básicamente en el teatro, que se odian mucho y se respetan poco. Pero acuden prestos a la llamada de un multimillonario que quiere producir una película más grande que la vida, o algo así.
Cohn y Duprat consiguen que en algunas escenas los dos actores se estén reflejando realmente en un espejo, y aunque no son así de egocéntricos y veniales, algo de su trazo por las pantallas o los escenarios se evidencia en la ficción. El estilo de comedia de los autores fuerza la estridencia, pero hay momentos muy divertidos: la directora organiza la destrucción de todos los premios obtenidos por uno de sus actores para que este entre mejor en el personaje, como si fuera el famoso Método del Actor’s Studio.
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