Crítica de música
André Rieu, tres horas de felicidad en el Palau Sant Jordi
El violinista y director de orquesta holandés desplegó su frondoso y dinámico espectáculo con citas a valses, marchas y arias, y contó con Los del Río en el fin de fiesta a golpe de la ‘Macarena’, en una sala con las entradas agotadas
Jordi Bianciotto
Periodista
Jordi Bianciotto
Virtuosas violinistas con vaporosos vestidos de Cenicienta, ‘tenores de platino’ otoñales e hinchando sus fracs como pavos reales, un carrusel de valses, marchas y arias de cuento de hadas, sonrisas sin segunda intención y mucha guasa con el público en tres horas de diálogo continuo. Y en el centro del cuadro, la figura y el violín del señor André Rieu, un tipo que sabe lo que hace: seguramente el mayor fenómeno con fondo clásico desde Los Tres Tenores, capaz de llenar un recinto como el Palau Sant Jordi, este sábado, pese a la (casi) indiferencia de la prensa.
Lo de Rieu resultará rematadamente convencional a los ojos de la crítica clásica, y carente de aura ‘cool’ para los analistas pop, pero no parece que de eso deriven terribles consecuencias para su carrera ni para su arte de la seducción a lo grande. Ahí estuvo su tintineante parada completa en el Sant Jordi, con su sesentena de músicos y vocalistas (de trece nacionalidades), y su ánimo de sortear los códigos de la ortodoxia clásica. Rieu no deja de ser un rebelde que se burla del elitismo y convierte un repertorio dorado, bien construido y rico en golpes de efecto, en un espectáculo que conecta con un público transversal a través de la emotividad y la alegría de vivir. Y trasmitiéndote la sensación de estar compartiendo un momento especial: el Sant Jordi como “centro del universo”, observó.
De Nápoles a Berlín
A partir de ahí, hay que hacer notar el extremo dinamismo del concierto desde la misma entrada en escena de los músicos, cruzando la platea, al son de la fanfarria de ’Seventy-six Trombons’, dirigiéndose luego a la canción napolitana ‘Maria Mari’ o al aria ‘Nesun dorma’ de la mano de los tenores. De ahí, a las sopranos, con faldas de fantasía, invocando a Bette Midler en ‘The rose’, en un no parar de cambios y tonalidades que se llevó por delante números de agitación asegurada (la ‘Danza del sable’ o la tradicional judía ‘Hava nagila’) y que incluyó incursiones en territorios más sentidos: ahí hay que destacar la ‘Irgendwo auf der welt’ (del musical alemán ‘Un sueño rubio’, de 1932), canción “sobre la búsqueda de la felicidad” en la que se lucieron las voces ‘retro’ de los Berlin Comedian Harmonists.
Astuta selección de repertorio y escenas para los anales del Sant Jordi: pista y gradas entregadas al baile en pareja con ‘El Danubio azul’, guiados por el dulce violín. Y en el tramo final, buscando el ‘crescendo’, la jubilosa ‘Marcha Radetzsky’, con lluvia de globos sobre el público, y el gag de contar con Antonio Romero y Rafael Ruiz, Los del Río, para una versión de la ‘Macarena’ que dio a entender que, después de todo, quizá no debamos levantar tantas fronteras mentales entre los hitos populares de ayer y los de hoy.
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