Crítica de cine
Crítica de 'Cry macho': el viejo Eastwood frente al espejo
La última película del cineasta ofrece una variación definitivamente leve de los motivos comunes a toda su obra. En otras palabras, su razón de ser no es la innovación, sino una nueva reflexión sobre el legado cinematográfico de Eastwood como actor
Un viaje por las historias rurales de Clint Eastwood, por Quim Casas
Nando Salvà
Clint Eastwood ha pasado décadas deconstruyendo la iconografía que lo convirtió en una estrella a través de películas en las que se nos dice, de varias maneras, que el heroísmo es una fachada poco resistente que al caer revela arrepentimiento y sensación de vacío. Y, sobre todo desde ‘Deuda de sangre’ (2002), ha parecido usar cada nuevo largometraje a modo de reflexión final definitiva acerca de su legado cinematográfico como actor.
Quizá no haga falta aclarar que ‘Cry macho’ sigue a pies juntillas esa tendencia, y que en su conjunto ofrece una variación definitivamente leve de los motivos comunes a toda su obra. En otras palabras, su razón de ser no es la innovación. Su esquema argumental, sin ir más lejos, ya ha sido explorqado por Eastwood con más éxito en películas como ‘El aventurero de medianoche’ (1982) y ‘Un mundo perfecto’ (1993): un hombre experimentado, Mike (Eastwood), toma bajo su protección a un muchacho, Rafo (Eduardo Minett), para enseñarle algunas lecciones vitales. Asimismo, mientras desarrolla esa premisa ‘Cry macho’ es una película tan simple, tierna y tosca como las obras más recientes del director, y en ella se detectan algunos de sus vicios más recurrentes como narrador: personajes se expresan a través de diálogos imposibles y explicitan torpemente sus motivos, chistes predecibles, estereotipos raciales y escenas evidentemente rodadas con prisas.
La relación que se establece entre el protagonista de la película y su joven pupilo trata de funcionar como reflexión sobre el tránsito a la adultez, pero no lo hace con eficacia porque el vínculo entre ambos personajes en ningún momento llega a resultar convincente. Mike, sin embargo, resulta intrigante de forma individual por un motivo: en su piel, Eastwood se muestra más frágil y menos macho que nunca e incluso llega a llorar frente a la cámara, violando con ese gesto varias de las normas de masculinidad que él mismo contribuyó a establecer hace varias décadas.
Hasta ese momento final, la película transcurre por una primera parte lastrada por los excesos expositivos y posteriormente adopta un ritmo más sosegado, mostrando escaso interés en plantear verdaderos conflictos dramáticos -lo más parecido a un giro argumental que incluye no solo es predecible sino también irrelevante- y menos preocupación por la progresión narrativa que por ir construyendo un clima emocional e ir acumulando escenas que, juntas, proponen ni más ni menos que el mismo mensaje que la película lleva implícito en el título, y que aun así queda verbalizado en un momento del metraje: “La idea del macho está sobrevalorada”.
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