Crítica de música
Clímax del Cruïlla con épica y finura
El festival cerró sus puertas viajando de los abrumadores himnos pop de Izal a la elegante nocturnidad de Morcheeba
Jordi Bianciotto
Periodista
Jordi Bianciotto
Aunque el sábado por la noche destacaba en el programa del Cruïlla un nombre internacional, el grupo británico Morcheeba, las mayores multitudes se congregaron en torno a reclamos de la escena española como Leiva e Izal, madrileños ambos y provistos de material propicio para los grandes espacios. Su rock con pliegues sentimentales y sus himnos pop de apisonadora, respectivamente, vinieron a recordarnos que a veces no hay que ir a buscar lejos los cabezas de cartel.
A Leiva, el exPereza, se le puede seguir reprochando su noción clásica, y con reflejos blandengues, del rock’n’roll, pero él representa hoy la supervivencia de este lenguaje en unas listas de ventas dominadas por el pop y las urbanidades. Vino a ofrecer su único concierto de este verano (tras año y medio en el dique seco) con una banda de ocho músicos, incluyendo tres metales, a lo grande, y estuvo autoritario con su combinado de ‘riffs’ de herencia ‘stoniana’ y sus baladones, aunque luciera sin manías el ascendiente: el estribillo coral ‘springsteeniano’ de ‘Sincericidios’ o el guiño ‘stadium rock’ a ‘Hey Jude’, de los Beatles.
El Hércules del pop
Sus ecos razonablemente refrescantes quedaron aplastados por un Izal tan hercúleo para sus (muchos) fans como plúmbeo para el resto de la humanidad. Reconstruyó el espectáculo ‘El final del viaje’, que en febrero de 2020 recaló en el Palau Sant Jordi (en el último concierto que acogió este local antes de la pandemia), con su imaginería, un poco simplona, del regreso a la Tierra tras la singladura cósmica, y sus duetos virtuales con Rozalén, Sidonie o Zahara. Ingenios aparatosos como ‘Canción para nadie’ o ‘El baile’, que por comparación sitúan a Vetusta Morla en la liga del pop intimista de arte y ensayo.
Para buscar sonidos más sutiles hubo que desplazarse al escenario ‘Time out’, más recogido, donde Fuel Fandango sirvió su mezcla de electrónica (un tanto noventera) y dejes flamencos en la voz de Nita (la cordobesa Cristina Manjón), presta a mezclar en una misma canción el castellano y el inglés. Canciones de funcional sensualidad, las de ‘Origen’ (2020), y tenues tramas de club, como ‘Medina’, sonando a Everything But The Girl (época ‘Missing’) pasado por el ‘chill out’ playero.
Ralentizando un poco más el ritmo avanzó Morcheeba, reanimando su yo más sinuoso a partir de ‘Blackest blue’, álbum lanzado este mayo. Con la elegante Skye Edwards al frente y Ross Godfrey a la guitarra (su hermano Paul se despidió en 2014), el grupo paseó una distinción bella, aunque no trascendente, en temas como ‘Cut my heart out’ y ‘Sounds of blue’, entre cadencias apaisadas (esto no es trip-hop, hay que decir) y vapores ambientales. Coloreó el ‘set’ con las viejas tonadas de ‘Otherwise’ y ‘Rome wasn’t built in a day’, ecos pop de otra era en la recta final del Cruïlla.
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