Crítica de 'Urtzen': el gigante del mar

Entre el documental, el ensayo, la ficción poética y la reflexión solitaria durante el confinamiento se desarrolla esta película del cineasta vasco Telmo Esnal. El director solo en casa, leyendo, escuchando música, estudiando esloveno y absorbiendo, frente a la pantalla del ordenador, comentarios de expertos que hablan del medio ambiente y lo que hemos hecho con él mucho antes de que el covid-19 nos pusiera aún más en jaque y casi mate.

El cineasta decide entonces recuperar un viejo proyecto, la adaptación de un relato de Pablo Azkue sobre Ur, el gigante del mar. Las imágenes documentales del océano ensuciado y vulnerado por residuos diversos, o las de un delfín enloquecido al quedar atrapado en una bolsa de plástico, se combinan con ensoñaciones poéticas de ese gigante que devuelve la confianza en el hombre y la naturaleza.

La historia fantástica de este personaje imaginario sirve de excusa para una reflexión, más o menos experimental, sobre el mar moribundo, aunque todo nace de otra excusa, qué hacer cuando el confinamiento nos ahoga. Parecen muchas películas en una, pero Esnal consigue que tenga una cierta densidad y una unidad de estilo a partir de materiales de lo más diverso.