Crítica de 'Los cuentos de Hoffmann'

Los cuentos de Riccardo Frizza

El director italiano tradujo la partitura de Offenbach con energía teatral y cuidando la transparencia arquitectónica, las melodías y las voces

HOFFMANN

HOFFMANN / David Ruano

Pablo Meléndez-Haddad

Pablo Meléndez-Haddad

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El Liceu estrenaba en febrero de 2013 una versión propia de ‘Los cuentos de Hoffmann’ encargada a Laurent Pelly. La obra maestra de Offenbach llegaba entonces en una nueva coproducción del Gran Teatre barcelonés junto a las óperas de San Francisco y Lyon, pensada para la soprano Natalie Dessay en los cuatro papeles femeninos protagonistas (Stella, Olympia, Antonia y Giulietta), pero la cantante se apeó del proyecto quedándose solo con Antonia. El montaje ha regresado al Gran Teatre, en plena pandemia, con dos repartos y felizmente remozado, ahora con una mayor fuerza teatral y con los papeles femeninos también divididos. Los cuatro papeles masculinos mefistofélicos, como es habitual, se han concentrado en un único intérprete, en este caso en el joven bajo Alexander Vinogradov, quien se lució como Timur en la ‘Turandot’ de 2019 y que en esta reposición ha repetido un triunfo personal luciendo una espléndida voz, oscura y maleable.

Pero es Hoffmann el auténtico protagonista de esta ópera inacabada, manipulada y, en este caso, también recortada a causa de los horarios impuestos por la pandemia -la verdad es que no se echó en falta nada-, aquí defendido por un efectivo John Osborn, que desde su aria de entrada se mostró concentrado, midiendo su entrega y con la voz a punto hasta llegar al final sano y salvo.

El montaje, que quiere trasladar al público al interior de la mente del protagonista para vivir con él esta pesadilla que habla de la creación artística, volvió a parecer oscuro, distante y feísta, pero teatralmente es ágil y efectivo. Además de Osborn y Vinogradov hubo varias voces seductoras, como la de Ermonela Jaho, una Antonia que emociona con sus pianísimos a pesar de su canto cada vez más amanerado; la de la Musa / Nicklausse, a cargo de una fantástica y resuelta Marina Viotti; la genial y certera Olympia de Olga Pudova; o la equilibrada Stella de Elena Sancho Pereg, mientras que a la Giulietta de Ginger Costa-Jackson le faltó algo más de proyección. Como comprimarios de lujo se movieron como en casa sobre todo Paco Vas, Carlos Daza y Alexei Bogdanov.

Afortunadamente reinó en el podio un director que conocía el material que tenía en sus manos, experto en voces y sabio concertador: el italiano Riccardo Frizza tradujo la partitura con energía teatral y cuidando la transparencia arquitectónica, las melodías y las voces. Los solistas se vieron cómodos, al igual que la Simfònica y el Coro liceístas, que le respondieron con prontitud elevando el nivel artístico del coliseo.