Muere el padre de Mafalda

Quino, el creador de la niña más inconformista del cómic

El artista argentino fue homenajeado en el festival de Angulema cuando Mafalda cumplía 50 años

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ANNA ABELLA / Barcelona

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Aquel globo terráqueo, metáfora de un mundo enfermo, al que una inconformista, perspicaz, irónica, curiosa, inteligente e idealista niña de frondoso pelo negro ponía el termómetro y velaba en la cama, es el mismo de hace medio siglo, cuando nacía una Mafalda defensora de los derechos humanos, que con sus preguntas y reflexiones ponía en evidencia la injusticia, la guerra, la violencia, el racismo y demás sinsentidos del mundo adulto.

«Muchas de las cosas que ella cuestionaba todavía siguen sin resolverse», defendía Joaquín Salvador Lavado (Mendoza, Argentina, 1932), Quino, quien alumbró a su personaje el 29 de septiembre de 1964 en las páginas de la revista Primera Plana. Sus 60 años de carrera como autor de culto y los 50 de Mafalda -publicada en 50 países y con 50 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo- protagonizaron la exposición estrella del festival de Angulema, la meca francesa del cómic, en 2014, y a la que pequeños problemas de salud le impidieron asistir.

Su pasión por la música -que transmitió a Mafalda, fan de los Beatles-, el cine -especialmente el mudo de Chaplin o Buster Keaton- y la literatura -de Borges y Cortázar a Verne, Twain, Shakespeare o Tolstói- han sido fuente de inspiración para su humor crítico y ácido, tanto como la actualidad que rastreaba a diario en la prensa y los viajes -ha vivido, con su mujer, Alicia Colombo, en París, Milán y Madrid-.

Quino, siempre tímido, pesimista y humilde, se definía como un «obrero del dibujo» que espera que su trabajo «sirva para cambiar algo las cosas», y que no habí tenido otro deseo en su vida que ser dibujante, vocación que le inculcó con tres años su tío pintor y dibujante publicitario, Joaquín Tejón (para diferenciarle de él le llamaron Quino). «Estar dibujando boca abajo sobre la madera clara de una mesa nueva» es su primer recuerdo infantil, que poco gustó a su madre. Menor de tres hermanos e hijo de españoles republicanos de Fuengirola que se instalaron en Argentina en 1919, en casa siempre sintió cerca la guerra civil. Niño solitario, salía poco y jugaba solo, ligado a una timidez que no ha perdido. Tenía 12 años cuando murió su madre y entró en la Escuela de Bellas Artes de Mendoza, que abandonó, «cansado de dibujar ánforas y yesos», cuatro años después, al fallecer también su padre.

Decidido a dedicarse al dibujo humorístico marchó a Buenos Aires, donde tras muchos intentos publicó su primer dibujo en 1954 en la revista Esto es. Casi una década de profesión después, en 1963, publicó el que sería el primero de una treintena de libros de humor, Mundo Quino. Fue entonces cuando plantó la semilla de Mafalda. Le encargaron unas tiras para publicitar los electrodomésticos Mansfield, con una familia con nombres que empezaran con la M de la marca y que recordasen a los Peanuts de Charles M. Schulz. La campaña nunca se hizo y Quino guardó a aquella Mafalda en un cajón. Al año la había reconvertido en la niña alérgica a la sopa -alegoría de la dictadura argentina y «lo que nos querían hacer tragar»-, surgida de una contradicción: «A un niño le enseñan cosas que no deben hacerse porque están mal o hacen daño, pero en los diarios encuentra masacres y guerras. ¿Por qué los grandes no hacen lo que enseñan?».

La rodeó de amigos -Felipe, Manolito, Susanita y la pequeña Libertad, favorita del artista-, de unos padres reflejo de la clase media argentina y le dio un hermanito -Guille-, pero tras nueve extenuantes años absorbido por ella, en junio de 1973, cansado y por temor a repetirse, tomó una decisión: «Lo más valiente que hice en mi vida fue dejar a Mafalda». Pero las opiniones de Mafalda eran las suyas y Quino no ha dejado de transmitirlas en títulos como el reciente ¿Quién anda ahí? (Lumen) mientras ella se convertía en leyenda, admirada por García Márquez, Umberto Eco o Julio Cortázar, quien llegó a decir: «No importa lo que yo pienso de Mafalda, lo importante es lo que Mafalda piensa de mí».