EL DISCO DE LA SEMANA

Deep Purple, el coloso ruge en 'Whoosh!'

El grupo británico rearma su pionero hard rock con nuevas ideas, desarrollando su provechosa alianza con el productor Bob Ezrin

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Jordi Bianciotto

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Dos años después de su 50º aniversario, Deep Purple entrega nuevo disco, y ya van tres seguidos, a razón cuatrienal, con la producción de Bob Ezrin, el hombre que tuteló las sesiones de los álbumes clásicos de Alice Cooper, y de ‘Berlin’ (1973), de Lou Reed, y que formó equipo con Pink Floyd en ‘The wall’ (1979). La entente se ha demostrado regeneradora, y ‘Whoosh!’, lanzado este viernes, planta cara, como los dos trabajos anteriores, a quienes llevaban (o llevábamos) años ventilando a Deep Purple como un grupo acomodado en el ‘revival’ crónico de hitos pasados.

Es imposible batir a ‘Smoke on the water’ o ‘Highway star’ allá en lo alto del podio del hard rock, género que el grupo británico contribuyó a definir, en el tránsito de los años 60 a los 70, en paralelo a Led Zeppelin y Black Sabbath. Pero si por un momento nos olvidáramos de la larga sombra que proyecta su obra más legendaria, si leyeramos ‘Whoosh!’ como el álbum de una banda sin pasado, sería fácil verlo como un exponente notable, a la vez fresco y resabiado, de lo que en el mundo anglosajón se conoce sin más como ‘classic rock’. Con su combinación de ‘riffs’ con regusto tradicional y un empeño en esbozar soluciones instrumentales imaginativas, burlando los clichés y buscando la emoción, como en ‘Throw my bones’, uno de los ‘singles’ más sólidos que Deep Purple entrega en su era moderna (es decir, desde que Steve Morse suplió a Ritchie Blackmore en la guitarra, hace ya casi 27 años).

Ese órgano Hammond

Detrás de este medio tiempo musculoso encontramos ejercicios hard rock de peso medio, como ‘Drop the weapon’ o ‘No need to shout’, fieles a esquemas seculares. Morse hace buenas migas con un Don Airey que se acoge al sonido de Hammond un día implantado por Jon Lord (en cierto detrimento de los sintetizadores que sí empleaba con Rainbow). Donde el grupo llega más lejos es en ‘Nothing at all’, con su cenefa primorosa y su dinámica galopante; en el ‘groove’ vagamente lúgubre de ‘Step by step’, y en el empuje arrollador de ‘The long way round’. Y justo después, en esa secuencia abierta a la exploración que abre ‘The power of the moon’, con el suspense que sugieren las suaves digitaciones de Morse, camino de la instrumental ‘Remission possible’ y el receso místico de ‘Man alive’.

En ‘Whoosh!’ se entrevé una preocupación ecológica y humanista, que Ian Gillan desarrolla extrayendo todavía expresiones de belleza salvaje de esa voz que deslumbró al mundo con las altas notas de ‘Child in time’ o ‘Jesus Christ Superstar’. Y aunque la nueva versión de ‘And the address’, pieza instrumental que Deep Purple grabó en su primer disco, de 1968, mire hacia atrás con melancolía, este es un disco de una banda que se aferra al presente, aunque cargue con un titánico pasado.