EL LIBRO DE LA SEMANA

'Quijote': Idealismo, barras y estrellas

La novela de Salman Rushdie es una una reescritura posmoderna del clásico sino una inmisericorde sátira de nuestro presente colonizado

El escritor anglo-británico Salman Rushdie.

El escritor anglo-británico Salman Rushdie. / periodico

Domingo Ródenas de Moya

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Cuando, en 1989, Salman Rushdie fue objeto de una 'fatwa' por supuesta blasfemia contra el islam, ya era considerado uno de los escritores más brillantes de su generación. Lo avalaban 'Hijos de la medianoche' (1981) y 'Vergüenza' (1983) y hubiera refrendado el aval 'Los versos satánicos' (1988), por los que se ganó la condena a muerte. La amenaza permanente contra su vida y la clandestinidad en la que tuvo que refugiarse infligieron un daño irreparable a su carrera literaria pero no a su talento. Es lo que demostró en 'El último suspiro del moro' (1995) o en 'Shalimar el payaso' (2005), cuyo asunto no fue otro que el terrorismo islámico, e incluso en 'La decadencia de Nerón Golden' (2008), donde componía un cáustico retrato de los Estados Unidos pre-Trump. En 'Quijote' mantiene el foco en la sociedad norteamericana (ahora post-Trump) para diseccionarla, desde la visión de un emigrante indio, con los instrumentos quirúrgicos del 'Quijote' cervantino: la ironía acerada hacia las dislocaciones de la realidad, la autoconsciencia narrativa y la transformación alquímica de la intimidad del escritor en literatura. 

Rushdie crea para ello dos protagonistas: por un lado un escritor, como él, de origen indio, autor de mediocres novelas de espías, que firma con el seudónimo de Sam DuChamp; por otro, el comercial de una farmacéutica Ismail Smile, que, a las puertas de su vejez, decide adoptar el nombre de Quijote (sin el ‘don’) y recorrer el país para ir al encuentro de su Amada, la actriz de Bollywood y actual estrella televisiva Salma R.

Pronto descubrimos que Smile es una invención de DuChamp, quien está escribiendo la historia que leemos, del mismo modo que Cide Hamete Benengeli es, en la novela de Cervantes, el cronista de la historia de don Quijote. De este modo, vamos conociendo a la vez la delirante y corrosiva narración de DuChamp y las circunstancias biográficas que la explican, esto es, cómo el novelista transmuta sus traumas, inseguridades y obsesiones (la Hermana enferma, el Hijo alejado y reencontrado) en figuras y episodios narrativos. Mediante este diálogo entre el mundo del creador y el de su criatura, Rushdie propone un juego de espejos en el que se refleja él mismo y en el que reproduce el modo en que cualquier novelista acaba cifrando en su obra la realidad a la que pertenece y la irrealidad de sus fantasmas.

Smile, es decir Quijote, ha perdido el juicio a base de ver televisión a todas horas. Su radical soledad al volante del Chevrolet la va a compensar pariendo un hijo de su fantasía al que llama Sancho y que, maravillas de la ficción, cobra vida como Pinocho. En su viaje por carretera, iniciático para Sancho y depurativo para Quijote, topan con unas gentes rebosantes de necedad, con una xenofobia y un racismo tan burdos como rampantes: denunciarlos parece uno de los propósitos de Rushdie. Es DuChamp, su alter ego (o su títere) el que formula esta declaración programático: es legítimo hoy en día que una obra de arte proclame que la cultura que hemos construido, sobre todo sus expresiones más populares, nos está lesionando igual que lo hace la ignorancia y la intolerancia, quizá porque las fomenta. 

'Quijote' no es una banal novela metaliteraria, ni una reescritura posmoderna del 'Quijote' (como pudo serlo 'La ciudad de cristal' de Paul Auster), sino una inmisericorde sátira de nuestro presente colonizado por los simulacros y el desprecio de lo esencial. Pero también por el hedonismo vacuo (véase la historia de Salma R. y el consumo de fentanilo), por la corrupción política y corporativa (véase al farmacéutico R. K. Smile, primo del héroe) y por la gestión interesada del miedo (véase, en fin, la trama de espías y ciberterrorismo alrededor del Hijo de DuChamp). No es una lectura fácil al principio, pero compensa con creces la perseverancia.