ANIVERSARIO DE UNA RESURRECCIÓN

El Liceu pone acento 'furero' a su futuro

El fichaje de Àlex Ollé, de La Fura dels Baus, como asesor artístico, brindará a la programación un lenguaje tan particular como moderno

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Pablo Meléndez-Haddad

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El Liceu es mucho más que un teatro de ópera, especialmente después de que el incendio que lo destruyera en 1994 provocara una sinergia tal que en 1999 pudo volver a levantar el telón arropado por toda la sociedad. Su programación congrega a miles de personas confiando en que esta fábrica de ilusiones satisfaga los gustos más exigentes con propuestas sugerentes y hasta polémicas, con repartos sólidos y una mirada cosmopolita heredera de una tradición de casi dos siglos. El nuevo equipo directivo encabezado por Valentí Oviedo, su director general, y por su director artístico, Víctor García de Gomar, se proyecta al futuro con una línea marcada por el lenguaje 'furero', ya que contarán con el apoyo de uno de los directores fundadores de La Fura dels Baus, Àlex Ollé, a quien se ha fichado como asesor artístico y que aportará dos propuestas escénicas por temporada en los próximos cuatro años.

La responsabilidad a la hora de programar siempre ha estado ligada a las propuestas del director artístico de turno. El proyecto nunca gusta a todos y la línea artística está siempre expuesta a críticas, a distancia de la gestión y la administración, responsabilidades del director general. En 20 años han pasado por ese cargo varios profesionales, a cuál de ellos más desgastado por la fricción entre creatividad y economía que comporta estar al mando de un teatro público. En 1999 Joan Matabosch -hasta la fecha, periodista y crítico- se consolidó en la dirección artística del Gran Teatre consiguiendo en 17 años de mandato, sobre todo, ampliar los horizontes estéticos de los liceístas introduciendo corrientes teatrales nunca vistas en el escenario de la Rambla. Ello sin dejar de luchar por la excelencia y la calidad de los cuerpos estables y con la mirada puesta en el equilibrio presupuestario. Eso sí, navegó siempre en completa libertad, ya que los políticos locales nunca se han interesado en el Liceu más allá de lo estrictamente institucional.

El nuevo Liceu es muy hijo de Matabosch. Con él llegaron voces internacionales -en la línea histórica del coliseo-, contando con algunos de los más grandes creadores contemporáneos e intentando -sin mucho éxito- subir al barco lírico a los mejores directores teatrales del país. Hubo poco espacio para la creación contemporánea, ya que toda ópera de nuevo cuño es sinónimo de pérdidas económicas y de salas a medio llenar. También, durante su periodo de regencia, el repertorio español fue muy maltratado. En esos 17 años hubo alguna zarzuela y alguna ópera española, sí, pero tuvo que llegar una alemana a la dirección artística, Christina Scheppelmann -cesada en julio por la actual dirección general- para programar el género español sin complejos -este curso se verá 'Doña Francisquita'-, como también ha sucedido con la opereta. Programar un coliseo público es un trabajo que implica mil equilibrios, pero si el Liceu no se preocupa del teatro lírico local, ¿quién lo hará? Hay un legado que salvaguardar.

El Real, competidor directo

Algo similar sucede con los estrenos absolutos. Sin duda es mucho más rentable anunciar ‘Bohème’, ‘Traviata’, ‘Butterfly’ o ‘Carmen’, pero la obligación de un teatro público es mirar a todos los horizontes. Scheppelmann solo alcanzó a programar una temporada -la que ahora comienza- y algo más, ya que Matabosch, al marchar al Teatro Real de Madrid en el 2015, dejó sus propuestas bien atadas (en ópera la contratación se hace con mucha antelación). Y si en 1999 el Liceu imponía su hegemonía lírica a nivel peninsular, en el momento de su reinauguración comenzaba su nueva andadura operística el Real madrileño, escenario que, después de un par de lustros de inestabilidad, hoy se erige como competidor directo del Liceu, al cual incluso ya sobrepasa en presupuesto.

El Liceu, en todo caso, tiene que seguir luchando por consolidarse como bastión de la lírica del sur de Europa. Sus raíces están vinculadas a la sociedad civil que lo fundó como modelo único en el continente, pero hoy también debe velar por su vertiente social, más allá de la sostenibilidad económica, retos a los que se enfrenta el nuevo equipo directivo. Y no hay que olvidar al Liceu como escenario de las compañías de danza más importantes del mundo ni la ingente labor del Petit Liceu, que ha descubierto los secretos de la ópera a más de un millón de niños. El teatro, además, hace esfuerzos por salir de sus paredes llegando a los hogares en grabaciones y por la red, a salas de cine y a plazas y calles en pantalla gigante.

Con la 'Turandot' que inauguró el nuevo Liceu en 1999 comenzó una nueva etapa en la historia liceísta. Esta 'Turandot' que arranca el curso y que llega exactamente 20 años más tarde es, también, un punto y seguido en la gloriosa trayectoria del Gran Teatre.