ENTREVISTA

Vida y muerte en el mundo polifónico de Irene Solà

La novela 'Canto jo i la muntanya balla' se consolida como una de las sensaciones de la temporada de las letras catalanas

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Anna Abella

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En ‘Canto jo i la muntanya balla’ hablan nubes, hablan brujas, habla un oso, hablan setas, habla un perro, y también hombres, mujeres, niños y algún muerto. Tras esa veintena de voces está la de su autora, Irene Solà (Malla, Osona, 1990), que construye una historia que “corre bajo ellas como un río subterráneo”, en la que todo se entrelaza. Con esta propuesta que juega con el lenguaje y, admite, tiene “un punto de irreverencia, sorpresa, locura y diversión”, ganó el Premi Llibres Anagrama de Novel·la, convirtiéndose en una de las sensaciones de las letras catalanas de la temporada, que ya tiene versión castellana.  

“Quería observar y explicar el territorio desde todas las miradas  y perspectivas narrativas posibles”, explica Solà, que con su celebrado debut, ‘Els dics’, que bebía de su Osona natal, ya ganó el Premi Documenta. “Entre ellas hay algunas voces que nunca se han podido explicar por sí mismas, como las de las ‘dones d’aigua’ [mito pirenaico], cuyas historias las explican los señores que se enamoran de ellas, o las de las brujas. Tenemos muchos documentos sobre mujeres acusadas de brujería pero los escribían unos señores que primero las juzgaron, luego las torturaron  y luego las asesinaron. En el libro, ellas hablan con voz propia”.   

Entre montañas

Y, en un escenario entre montañas, entre Camprodon y Prats de Molló (Ripollès), abren el primer capítulo las nubes, que tampoco suelen expresarse. “Durante una tormenta, vemos, desde su mirada, una muerte”. No será la única, pues, constata, “la muerte está tan presente en el libro como la vida. En la historia, la muerte no es definitiva, la vida tampoco. Es algo cruel que la vida siga a pesar de las muertes individuales. La muerte es trágica y es importante pero también es relativa. En la montaña, en el campo, la muerte está muy presente. La vida y la muerte van cogidas de la mano”. De ahí que haya una mujer que siente la presencia de los espíritus o que los muertos "hagan cosas mundanas, como comer moras".  

La foto del exilio republicano

Ese espacio rural rodeado de una naturaleza que la narración desacraliza, es un territorio que Solà imagina “recubierto de capas de historia, como si todos los que pasan por un lugar o viven en él dejan un rastro”. Su labor ha sido “rascar esas capas, desde las cotidianas, las literarias y las de leyendas, a las trágicas y las históricas, como el exilio”. Y ahí surge una niña, cuya voz habla en castellano, inspirada en otra real, de Huesca, de una famosa foto del francés Roger Viollet. En ella se ve a la familia Gracia Bamala huyendo hacia el exilio republicano: a la niña le falta una pierna, a su hermano pequeño, un pie, ambos miembros amputados por el bombardeo de Monzón. 

“Ambos sobrevivieron. Su historia me la contó Lluís Bassaganya, un vecino de Camprodon experto en la retirada republicana, y en seguida construí ese personaje. Ver algo tan terrible como la guerra y la huida a través de esos ojos tan inocentes aún causa más dolor”, experimenta Solà, destilando una inmensa sed de “descubrir e investigar” lugares e historias nuevas y de “perseguir las chispas de las ideas”, algo que, asume, mucho tiene que ver con su trayectoria en Bellas Artes (trabajó en la Whitechapel Gallery de Londres) y su faceta como poeta (‘Bèstia’, Premi Amadeu Oller 2012). 

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