CRÍTICA DE CINE
'Elisa y Marcela': la revolución de lo íntimo
El filme de Isabel Coixet es tan humilde como sus personajes, una película en la que las emociones se sienten y se acarician
Beatriz Martínez
Periodista
Periodista cultural y crítica de cine.
Beatriz Martínez
Hay mujeres que se han convertido en un símbolo. Por enfrentarse a las convenciones de su época, por escarbar en sus contradicciones, por luchar y reivindicar sus derechos. Algunas fueron figuras públicas y por ello fuente de inspiración, como Emilia Pardo Bazán. Otras afrontaron la revolución de las costumbres desde la más estricta intimidad, como Elisa y Marcela, dos jóvenes de La Coruña que fueron capaces de ir más allá de los prejuicios para desafiar la moral de una época en la que se acostumbraba a juzgar la diferencia.
Nadie podía contar mejor esta historia que Isabel Coixet. Buena parte de su obra se ha centrado en la exploración de los deseos femeninos a través de toda una serie de personajes que se encontraban constreñidos, que necesitan liberarse de las ataduras que los oprimían para así poder alcanzar la libertad. Quizás por esa razón, ‘Elisa y Marcela’ es sin duda una de las películas más personales de la directora en mucho tiempo. Se nota la delicadeza con la que trata a sus protagonistas, esas dos chicas anónimas convertidas en iconos del feminismo por su extraordinario coraje a la hora de sentar un precedente histórico y convertirse en el primer matrimonio homosexual en España.
También es su película más generosa porque da la oportunidad a sus dos extraordinarias intérpretes, Natalia de Molina y Greta Fernández, de convertirse en el verdadero foco de atención hasta el punto de que todo lo demás casi parece diluirse, aunque ahí esté la elegancia en el trazo, la moderada poesía, la austeridad formal y el carácter sensorial de la propuesta.
Tres actos
‘Elisa y Marcela’ se divide en varios actos. En el primero representa el deseo reprimido. En el segundo se desata la pasión, y en el tercero se afrontan sus consecuencias. En todos ellos encontramos una pugna entre la pureza de los sentimientos y la hostilidad social, entre la naturaleza purificadora y los espacios cerrados. Casi podríamos decir que es una pieza de cámara. El espacio íntimo se sitúa como gran protagonista, pero resulta inevitable que lo social, político y religioso terminen por contaminarlo, de modo que esa hostilidad, de alguna manera, siempre se encuentra presente.
Hay mucha ternura en las imágenes que nos muestran esta relación prohibida. Es una película en la que las emociones se sienten, se acarician. No se trata de ponerse cursi. ‘Elisa y Marcela’ es mucho menos pretenciosa y repipi de lo que puediera parecer a simple vista. Es una película tan humilde como sus personajes, que leen a Emilia Pardo Bazán y sueñan con un mundo mejor, más justo y más libre.
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