CRÓNICA DE ÓPERA

Una 'Rodelinda' de lujo en el Liceu

Lisette Oropesa protagoniza un auspicioso debut en la ópera de Händel

Lisette Oropesa, durante la representación de 'Rodelinda' en el Liceu

Lisette Oropesa, durante la representación de 'Rodelinda' en el Liceu / periodico

Pablo Meléndez-Haddad

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‘Giulio Cesare’, ‘Tamerlano’ y ‘Rodelinda, regina de’ Longobardi’ (1725) son tres joyas que en menos de un año Händel escribió para Londres, la última de las cuales significó, además, el redescubrimiento del músico después de más de un siglo de olvido al exhumarse en 1920. Lamentablemente no se había estrenado en el Liceu y ahora, por fin, esta ópera seria en tres actos con libreto de Nicola Francesco Haym, basado en un clásico de Antonio Salvi –el libretista más grande anterior a Metastasio–, ha podido subir al escenario del Gran Teatre barcelonés pagando una deuda pendiente con una obra fundamental del género italiano y con el ‘caro sassone’, hoy uno de los pocos compositores barrocos presentes en el repertorio internacional.

El estreno barcelonés fue todo un éxito al confluir en el buen camino la práctica totalidad de los componentes del espectáculo. Claus Guth estrenó en 2017 en el Teatro Real de Madrid esta coproducción con el Liceu, Lyón y Fráncfort, una atractiva propuesta tejida desde la óptica del personaje de Flavio, el atormentado hijo de los protagonistas que, entre pesadillas y traumas, va reconstruyendo la historia de su familia con su presencia constante en escena, siendo bordada por el actor Fabián Augusto Gómez. Él es uno de los mejores ejemplos de la fantástica dirección de actores con la que Guth firma este aclamado discurso con diseños de iluminación de Joachim Klein, vídeos de Andi Müller y el sugerente vestuario y la potente escenografía giratoria de Christian Schmidt, tan hermosa como elegante y funcional, ideal para acoger los sentimientos de los personajes y los miedos del niño.

Josep Pons, maestro del estilo

Y si la propuesta dramática y visual triunfó, la musical marcaría un punto de inflexión en la Simfònica liceísta: reducida a menos de 40 virtuosos atriles, con un brillante Dani Espasa al clave y Lina Tur como ‘concertino’, Josep Pons se coronó como maestro del estilo, con una lectura llena de transparencias, ‘tempi’ certeros y adecuada tensión dramática.

Un lujo, tanto como el que ofreció el impresionante y auspicio debut de Lisette Oropesa en el papel titular, quien impuso una voz de gran belleza y esmalte, dominio estilístico y sentido teatral, fascinando con las arias a su cargo y poderosa en el ornamento. Bejun Mehta dibujó un Bertarido perfecto, un papel creado para ‘castrato’ Senesino que en la voz del contratenor siempre sonó a verdad culminando con un “Vivvi tiranno!” genial. El tercer vértice del triángulo, Grimoaldo, lo defendió ‘in crescendo’, con elegancia y energía, el tenor Joel Prieto en el primer Händel de su carrera. A cierta distancia se movió ese experto en la coloratura que resultó ser el Unulfo de Gerald Thomson o la intensa Eduige de Sasha Cooke. A Gianluca Margheri, en cambio, le faltó rotundidad y sapiencia estilística como Garibaldo.