CRÓNICA

El Ulster conmociona el Liceu

Un montaje de 'I Puritani' que traslada la ópera al conflicto irlandés del siglo XX inaugura la temporada lírica del Gran Teatre

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Pablo Meléndez-Haddad

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Una Elvira loca de remate y adicta a las drogas como consecuencia del estrés postraumático que le provoca el horror de la guerra. De esta premisa parte la aquí debutante directora de escena Annilese Miskimmon para trasladar la última ópera de Vincenzo Bellini, ‘I Puritani’, desde Escocia a Irlanda y desde el siglo XVII al XX, en plena escalada terrorista del IRA. El conflicto entre el anglicanismo y el catolicismo subyace en la lectura que Miskimonn (norirlandesa) propone en esta coproducción liceísta –junto a la Welsh National Opera y a la Danish National Opera– que anoche inauguró la temporada lírica del Gran Teatre barcelonés contando con ciertas reticencias del público, con algún abucheo al final: el conflicto en escena proponía cierto guiño a la actualidad local, y más de algún presente lo hizo notar al comienzo.

La buena acogida de los liceístas tuvo más que ver con el sólido reparto, sin fisuras, con grandes voces del bel canto de hoy. El Liceu se ha destacado, precisamente, por haberse convertido por obra y gracia de nombres como los de Caballé Gruberova en una de las capitales belcantistas del mundo, y en este regreso de ‘Puritani’ al Liceu después de casi dos décadas el reparto no defraudó, sino todo lo contrario. La soprano sudafricana Pretty Yende dibujó una Elvira atractiva en su canto y en el sentido dramático, con total dominio del ornamento; su proyección vocal, discreta, gana enteros con sus armónicos, aunque alguna vez penaliza la afinación. El tenor mexicano Javier Camarena, convaleciente de una afección en las cuerdas vocales que lo dejó mudo durante los ensayos de la obra, convenció aquí más que como Duca di Mantova de ‘Rigoletto’; su Arturo aportó un fraseo elegante y maduro, con las respectivas subidas al agudo.

Desajustes entre foso y escenario

El barítono Mariusz Kwiecien fue reemplazado por Andrei Kymach, quien apostó por un Forth detallista, con un timbre uniforme y con capacidades ideales para el estilo. La juventud de Marko Mimica no fue obstáculo para que luciera un timbre profundo y rico con su Lord Giorgio y muy correcto como Valton Gianfranco Montresor, mientras que resultaron algo menos audibles Emmanuel Faraldo (Roberton) y Lidia Vinyes-Curtis (Enrichetta). Desde el podio, Christopher Franklin guio a la Simfònica y al Coro del Liceu con mano flexible, aunque hubo ciertos desajustes entre foso y escenario.

El punto de vista de Annilese Miskimmon es netamente pacifista. Propone un viaje en ‘flashback’ desde la locura de una Elvira adicta, protestante y enamorada de un católico hasta un pasado en el que queda claro que tres siglos de historia no dan para muchas enseñanzas: los conflictos religiosos, sangrantes y llenos de fanatismo como los que plantea la obra de Bellini, siguen sucediéndose en pleno siglo XXI. Al carro se sube con eficacia el vestuario de Leslie Travers, autora también de la austera y gris escenografía –con pésimo retorno al no tener paneles que ayuden a las voces–, espléndidamente iluminada por Mark Jonathan. La propuesta escénica cobra sentido al ver a una Elvira cuyo desequilibrio mental traslada al público a la guerra civil inglesa. Afortunadamente Bellini prefirió un ‘happy end’ para sus ‘Puritani’, permitiendo un final más amable del que da cuenta la cruel realidad.