CRÓNICA
Quimi Portet, el tribalismo melancólico
El cantante y guitarrista combinó el arrebato rockero con la introspección en la presentación de 'Festa major d'hivern' en Apolo
Jordi Bianciotto
Periodista
Jordi Bianciotto
Destilando gota a gota su lenguaje lírico y sonoro, Quimi Portet ha llegado hasta esta ‘Festa major d’hivern’, modesta y un poco melancólica, que despliega en directo sirviéndose de un esquemático formato de trío con el que combina sus tendencias sentimentales con el arrebato tribal. Trazos de ironía, sí, pero sin pasarse. “¡Este es el recital de un cantautor!”, bromeó seriamente este miércoles en Apolo (Festival del Mil·lenni) cuando sus fans se alborotaban.
Hay que decir que nadie suena como Portet, con esa mezcla de crudeza y refinamiento, lista para guitarrazos aparatosos pero cuidadosamente modulados como los de ‘Pànic escènic’, la canción con la que abrió la noche después de anunciar que se disponía a “cantar con normalidad aunque la situación no sea nada normal”, en alusión a los “presos y exiliados”. Nuestro ‘astro intercomarcal’ es algo así como un esteta del primitivismo, carril estético a través del cual expresa una mirada de cierta compasión a la condición humana: ahí estuvieron piezas del nuevo disco, llenas de costumbrismo perspicaz y de una emotividad subterránea como ‘Petita vida’, ‘No fa el fred d’abans’ y la que da título a la obra.
Trío de altas prestaciones
La ausencia de bajo no tuvo consecuencias, y Portet dejó amplios espacios para la aventurera guitarra de Jordi Busquets, muy libre y con coqueteos disonantes, en ese poderoso triángulo completado con la batería de un veterano excómplice de El Último de la Fila, Ángel Celada. Equipo de ejercicio fluido en las abundantes incursiones en territorios reposados: de ‘Paisatge amb anxova’ a ‘Carta a ningú’ pasando por la mística de ‘Ós polar’ y los ’hits’ interioristas ‘Tinc una bèstia dintre meu’ y ‘Homes i dones del cap dret’. En contraste, el rock cejijunto de ‘Francesc Pujols’, que dedicó a los “mestres” Pau Riba y Sisa.
Recuperamos al Portet tragicómico de ‘Sunny day’, haciendo de ‘crooner’ y celebrando un día de playa en el que “tothom somriu, socarrimat”, y al que grabó su disco quizá más áspero, ‘Cançoner electromagnètic’ (1999), del que recuperó tres canciones. Suministrador de dinámicas corpulentas, con ciclos repetitivos en ‘crescendo’, como en la arrolladora ‘Massa’, y capaz de un estribillo tan irresistiblemente cursi como el de ‘Ai, nineta!’.
El poeta popular se debe a su público y no faltaron en los bises clásicos como ‘La rambla’ y ese ‘Sabadell’ en el que, advirtió, “todo el mundo enloquece”, si bien, para cerrar la sesión, acudió a la serenidad contemplativa de ‘La música dels astres’. Amansando a la fiera e insinuando que, como señor cantautor que dice ser, suspira, a su manera, por algo parecido a la trascendencia.
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