CRÓNICA DE MÚSICA

Ejercicio de virtuosismo de los hermanos Khachatryan

El violinista y la pianista armenios seducen al Palau con sonatas de Mozart, Prokófiev y Franck

Sergey y Lusine Khachatryan, en una imagen promocional

Sergey y Lusine Khachatryan, en una imagen promocional / MARCO BORGGREVE

César López Rosell

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El juego musical entre parejas de hermanos no es ninguna novedad. Ni tampoco que sus alianzas se conviertan en éxitos. Basta recordar el ejemplo de las pianistas francesas Katia y Mariella Labèque, con una gran carrera tanto individual como conjunta. Pero en el caso de Sergey y Lusine Khachatryan, criados en una familia musical de Erevan (Armenia), se dan circunstancias especiales. Ambos han recibido una formación rigurosa y han acarreado premios en prestigiosos concursos internacionales, pero también  han cimentado su carrera, especialmente Sergey, en recitales en solitario, junto a grandes orquestas o en formato de cámara. Son intérpretes que se mantienen fieles a sus raíces pero que se integran sin problemas al repertorio clásico más reconocido.

A golpe de sonata conquistaron el martes el Palau dentro de la temporada de Ibercamera. Fue el suyo un despliegue de virtuosismo alejado de cualquier intento de frivolidad artificiosa. Con un programa que abarcaba obras de Wolfgang Amadeus Mozart, Serguei Prokófiev y César Franck mostraron una compenetración ejemplar. La espectacular sonoridad del violín Ysaÿe Guarnieri de 1740 en manos de Sergey (voz cantante del dúo) propició una diferencial lectura de las partituras. La música surgía directamente del pensamiento real del compositor, expresada desde el más emocionado interiorismo del intérprete. Expresividad a flor de piel, con momentos de luminosa belleza, y sobre todo, claridad expositiva del sentido de las obras.

El trato igualitario para los dos instrumentos se reflejó mejor en la ‘Sonata para violín y piano, K. 454’ de Mozart, que mostró claramente la refinada musicalidad de Lusine, con un inicio lento. La buena traducción del cromatismo y alegría mozartiana llegó en un ‘crescendo’ que se prolongo hasta el final, pero donde los hermanos empezaron a magnetizar al público fue con la ‘Sonata, opus 94’ de Prokófiev, pletórica de elegancia melódica y con particular protagonismo del violín.

La apoteosis del concierto

La apoteosis del concierto llegó con la ‘Sonata en la mayor’ de Franck, obra maestra de la música de cámara francesa. El autor se esforzó en renovar la escritura para este tipo de conciertos, llenándola de matices para acercarse a la perfección. Los hermanos recurrieron a sus mejores recursos para dar vida y color a unas páginas de arrebatadora belleza. Así se llegó el apasionamiento visceral del segundo movimiento lleno de combinaciones sonoras, al intenso lirismo del tercero rematado con un sutil ‘pianissimo’ y a un bien coordinado final que dio opción al lucimiento de los concertistas.

Una propina con la vertiginosa ‘Danza del sable’ del armenio Aram Jachaturian, de gran pirotecnia para el violín, y una popular pieza de Manuel de Falla, que Sergey dedicó a su esposa española y al futuro hijo de ambos, cerró una aclamada velada que, sin duda, Ara Malikian (también de ascedencia armenia) hubiera aplaudido.