CRÍTICA
Jordi Dausà: una historia de violencia
En su cuatro trabajo, 'Lèmmings', el escritor Jordi Dausà ofrece una visión efectiva de una realidad agresiva y destructiva
Vicenç Pagès Jordà
Escritor y crítico literario
Vicenç Pagès Jordà
Sigo con interés la trayectoria de Jordi Dausà i Mascort (Cassà de la Selva, 1977), que acaba de publicar su cuarto libro. Me gustan sus paseos por el lado salvaje de los excesos y las adicciones, y también su estilo directo y efectivo, la visión poco complaciente que trasmite, el oficio que demuestra y la ausencia de esa ornamentación pretenciosa que algunos escritores primerizos confunden con la literatura. Con su último libro, 'Lèmmings', ha dado un salto cualitativo.
La novela empieza con un hombre que despierta en una nave industrial, magullado y sin saber ni cómo ha llegado hasta ahí ni quién es. A medida que la novela avanza, descubrimos con él su pasado y le acompañamos cuando intenta resolver los problemas del presente (el futuro no le preocupa ni poco ni mucho). Así, conocemos a familias desestructuradas, visitamos gimnasios ‘low-cost’, bloques de pisos fantasmales, escuelas en las que el ‘bullying’ es ley, barracas poligoneras, tatuadores de saldo, ciudadanos con la dentadura destrozada. Lo mejor del libro es la autenticidad que trasmite, la sensación de que estamos ante un pedazo de vida y no una ficción.
La atracción del abismo
Lo que empieza como una mezcla de ‘Memento’ y de ‘El club de la lucha’ se va decantando hacia ‘El extranjero’. El protagonista, que ha aprendido a disciplinarse –a configurarse a sí mismo- describe lo que ve desde la distancia que procura la extrañeza. Lo que le rodea son seres poseídos por el deseo de autodestruirse, como los lémmings de aquel juego de ordenador que se sentían impulsados a lanzarse al abismo. El protagonista de la novela asiste fascinado a este despliegue de violencia –al que él mismo ha contribuido-, que se presenta como propia del género masculino de renta baja.
En esta novela, Jordi Dausà ha sabido encontrar el tono, el tema y el trasfondo. El texto está hecho de una sola pieza, sin que sospechemos donde acaba la documentación y donde comienza la imaginación, ni sepamos distinguir los límites de la caricatura y la nostalgia. No escribe en primera persona ni en tercera, sino en segunda, como si nos interpelara como lectores, o bien como si sospechara que nuestro descontento vital no está muy lejos del que siente el protagonista. Entre la perplejidad de Camus y la amargura de Bernhard, nos guía por un purgatorio del extrarradio sin compasión pero con ligereza, como un ‘ronin’ de las letras.
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