CRÍTICA DE CINE
'El aviso': misterios, cifras y letras
La película de Calparsoro tiene la atmósfera turbadora que debe caracterizar relatos de este tipo, pero el final es algo insatisfactorio en relación a la acumulación de expectativas
Quim Casas
Periodista y crítico de cine
Profesor de Comunicación Audiovisual en Universidad Pompeu Fabra y docente en ESCAC, FX, Cátedra de Cine de Valladolid y Museu del Cinema de Girona. Autor de diversos libros sobre David Lynch, David Cronenberg, Jim Jarmusch, Fritz Lang, John Ford y Clint Eastwood. Miembro del Comité de Selección del Festival de Cine de San Sebastián.
Quim Casas
Una película de Daniel Calparsoro nunca da lo que inicialmente esperas. Es verdad que ha perdido parte de la rabia y la urgencia que presidieron sus primeras obras, Salto al vacío y Pasajes, realizadas a mediados de los años 90 con una compulsión casi punk, sobre todo la primera. Ahora dirige películas que podríamos adscribir a géneros clásicos como el thriller, una de sus modalidades preferidas. Pero El aviso es un claro ejemplo de cómo Calparsoro parte de los códigos reconocibles del género para intentar llevarlos por otros terrenos.
En El aviso hay una intriga policíaca y un misterio sobrenatural. Hay un caso de bullying y elementos de thriller parafantástico. La conjunción funciona hasta la parte final del relato, donde los elementos se concatenan y desencadenan de manera un tanto forzada. Pero antes, hasta llegar al tiempo definitivo del relato en una película que baraja dos épocas temporales condenadas a encontrarse, El aviso funciona con precisión casi quirúrgica: crear una atmósfera, más incluso que una historia, en la que todos los elementos que la nutren van coincidiendo y encadándose poco a poco.
Es una historia de cifras y letras. Un delito de sangre con un determinado número de personas implicadas que se repite, como una ecuación matemática, cada ciertos años. El personaje de Raúl Arévalo lo sabe, pero no puede demostrarlo. Una madre lucha contra el bullying que recibe su hijo en la escuela sin darse cuenta de que el niño está también en el centro de todos los acontecimientos, los que ocurrieron y los que están por llegar.
No existen viajes por el tiempo para modificar los acontecimientos desde el pasado y preservar un futuro mejor. Pero la peripecia del protagonista están en esa tesitura, al borde de la realidad que nadie comprende y la locura. La película tiene la atmósfera turbadora que debe caracterizar relatos de este tipo, pero el final es algo insatisfactorio en relación a la acumulación de dudas, misterios, cifras redondas y letras convertidas en esquizofrénico rompecabezas.
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