CRÍTICA DE CINE
Crítica de 'Gorrión rojo': Jennifer Lawrence y el canon del espía
Un relato al que en su parte final le sobran dos de los cuatro requiebros que realiza, lo único que altera los buenos resultados de la propuesta
Quim Casas
Periodista y crítico de cine
Profesor de Comunicación Audiovisual en Universidad Pompeu Fabra y docente en ESCAC, FX, Cátedra de Cine de Valladolid y Museu del Cinema de Girona. Autor de diversos libros sobre David Lynch, David Cronenberg, Jim Jarmusch, Fritz Lang, John Ford y Clint Eastwood. Miembro del Comité de Selección del Festival de Cine de San Sebastián.
Quim Casas
Los Lawrence, Jennifer y Francis, sin parentesco alguno entre ellos pese al apellido, se conocen bien: han hecho juntos tres de las cuatro partes de Los juegos del hambre. En Gorrión rojo cambian de tercio, tema, género y estilo. Se trata de una película de espionaje que revive de manera asumida ciertos elementos clásicos (el contexto de la guerra fría, la manipulación, los agentes dobles, la sospecha permanente) con alguna y no decisiva secuencia de acción.
Es, pues, un relato más intimista que expansivo, al que en su parte final le sobran dos de los cuatro requiebros que realiza, lo único que altera la extrema funcionalidad, y buenos resultados, de la propuesta. La protagonista, en estado económico precario, con su madre enferma y su carrera como bailarina truncada a causa de un accidente en el escenario, acepta formar parte de una unidad especial del servicio de seguridad ruso. Se convierte así en un gorrión rojo, expertas agentes que emplean su cuerpo para seducir, manipular y asesinar, si conviene, a sus rivales.
Las secuencias del adiestramiento son de lo mejor de la película, ya que muestran hasta que punto se pueden deshumanizar las conciencias al mismo tiempo que, en un sobresaliente ejercicio de autocontención, la protagonista continúa preservando su identidad y sentimientos.
Lawrence, Francis, deja de lado los fuegos de artificio de otros de sus filmes (Constantine), para construir un thrillesórdido y oscuro, más mental que físico, en el que la teórica historia de amor con el agente de la CIA encarnado por Joel Edgerton es más una sugerencia que una certeza. Lawrence, Jennifer, deja atrás la tutela de David O. Russell, el director que hasta la fecha le había otorgado sus papeles más relevantes y oscarizables (El lado bueno de las cosas, La gran estafa americana, Joy) para mostrar una hierática convicción fuera del melodrama o del género fantástico.
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