Portabella, el arte de la política

Can Framis ahonda en la obra del radical creador que puso decorado al retorno del exilio de Tarradellas, convirtió la obra de Miró en efímera y produjo 'Viridiana', la película más controvertida del cine español

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Natàlia Farré

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¿Quién no recuerda, o conoce, el "ciutadans de Catalunya: ja sóc aquí" pronunciado por Josep Tarradellas en su retorno del exilio en 1977? ¿O el escándalo que provocó la película 'Viridiana' en pleno franquismo o la no menos polémica iniciativa de destruir una obra del muy catalán  Joan Miró en 1969? De una manera u otra, las tres acciones, rompedoras e históricas, llevan el sello de Pere Portabella (Figueres, 1927). Cineasta, político y activista cultural. Imposible etiquetarlo con una sola definición. Se necesitan las tres para entender la complejidad poliédrica de su figura. Lo es todo. Y es mucho más. Su lugar se encuentra en "el cruce entre vanguardia artística, práctica fílmica y actividad política", según sus propias palabras.

"El orden de los tres conceptos es lo de menos porque van entrelazados", y los tres son "el trípode sobre el que se ha construido su biografía como creador", a juicio de Josep Ramoneda. La cita viene a cuento porque el filósofo es quien ha puesto texto a la exposición que evidencia todas las facetas de Portabella y que este martes abre puertas en Can Framis (hasta el 23 de junio). El comisariado lleva la firma del homenajeado y cuenta con la complicidad del mecenas Antoni Vila Casas. Una exposición que nació con la idea de mostrar su colección de arte –amplia y buena, no en vano creció, se formó y compartió barrio con radicales de la talla de Tàpies, Brossa y Cuixart–, y que ha acabado integrando esos fondos en una muestra más ambiciosa que pretende constatar el valor del personaje con toda su complejidad.

Escándalo mayúsculo

Cinco espacios, uno por faceta, que recorren una pulsión creativa que surgió de la necesidad de "intervenir en un entorno hostil, mediocre, gris y represivo", el del franquismo, asegura Portabella; y de hacerlo con un lenguaje radical: "No se pueden hacer propuestas nuevas si no es con formas nuevas", apunta. Así, sus películas como director no tienen ni principio ni fin ni una narrativa al uso: "O te metes en ellas o te vas", sentencia. Ahí están 'El silencio antes de Bach', su filme más popular, y 'Vampir cuadecuc', el más aclamado internacionalmente. Ambos ocupan la tercera sala de la exposición, la dedicada a su trabajo como realizador. Justo antes brilla su tarea como productor concentrada en 'Viridiana'.

"Una bomba", afirma. Y lo fue. Ganó la Concha de Oro de Cannes en 1961, hasta la fecha el único largometraje español en lograrlo, y provocó un escándalo mayúsculo: el enfado del Vaticano, con editorial en contra en el 'Osservatore Romano' incluida –"violencia blasfema" y "obscenidad repugnante"–, y la destitución fulminante de José Muñoz Fontán, director general de cine. Él dejo pasar la película a la censura y él recogió el premio. Lo hizo porque previamente Portabella y Luis Buñuel, el director, se encargaron de no mostrar el guion entero y de asegurarse de que el festival proyectaría la cinta el último día en el último momento. Así no había capacidad de reacción. Antes, la película se había montado en París, pese que se rodó en España, y había llegado a Francia camuflada entre capotes y muletas con la ayuda de Domingo Dominguín: "Era del partido comunista, gerente de una productora y torero. Buñuel dijo que no podíamos haber encontrado un personaje mejor", recuerda el cineasta.  El galardón se perdió con Muñoz Fontán –"no sé dónde está", asegura–, y la película desapareció de la filmografía española hasta 1977.

La luz de Canaletto

'Viridiana' fue fruto del azar, de un encuentro casual en un ascensor entre Portabella, Carlos Saura y Buñuel. Y al azar, "me vino de rebote", achaca el cineasta su papel en la llegada de Tarradellas. Por entonces el creador era un personaje políticamente destacado: había participado en la Caputxinada y en el encierro de Montserrat, había sido moderador de la Assemblea de Catalunya y era senador. Pero no pertenecía a ningún partido político: "Nunca he militado, he sido activista, pero todo el mundo sabe donde estoy". Fue escogido como "mal menor", sostiene,  para escenografiar el retorno del 'president'.  Lo hizo como si fuera un relato cinematográfico, de hecho, el guion luce en la muestra.

"Imaginé la operación como cineasta: con una iluminación en la plaza de Sant Jaume que pareciera irreal, como la de Canaletto en Venecia, y con un golpe de luz blanca hacia el balcón. Creé un decorado porque el personaje ya lo tenía". El decorado en cuestión tenía que romper con liturgia franquista de coches negros pasando a toda velocidad. Apostar por un descapotable no fue fácil: "Me dijeron que era imposible, una insensatez". El argumento para convencer fue irrefutable: "La mejor fuerza de seguridad que puede proteger al 'president' es la gente que irá a recibirlo".

Dos obras que ya no existen

Su relación con Miró, dos obras que no existen  y un guion que nunca fue película cierran la muestra. El guion lo escribió el pintor para Portabella pero el cineasta al verlo decidió que era una obra de arte en sí mismo y que no necesitaba nada más. De las dos obras destruidas del autor de 'Las constelaciones' queda el rastro del celuloide. Una, un inmenso tapiz del que Portabella grabó su realización, cayó con las Torres Gemelas en el atentado del 2001. Y la segunda es el mural que Miró pintó para el Col·legi d’Arquitectes y que Portabella propuso convertir en efímero: quería dejar constancia de su ejecución y posterior destrucción. La acción fue muy criticada pero Miró lo tuvo claro: "Era necesario que así fuera". No en vano el pintor ya había hecho su proclama más famosa: "Hay que asesinar la pintura".