EL LIBRO DE LA SEMANA
'Robinson', de Vicenç Pagès Jordà: historia de una cama y de H.
Vicenç Pagès Jordà ha dado un paso más en su majestuosa carrera como novelista
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Vicenç Pagès Jordà / periodico
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Josep Maria Fonalleras
Escritor
Josep Maria Fonalleras
Hace unos días, Vicenç Pagès me confesaba que, con 'Robinson', había querido escribir una novela sin tener que documentarse. Escribir sin tener que recurrir a su habitual fijación por los signos de los tiempos. Lo recuerdo más o menos así. O quizá dijo intentar escribirla sin referentes concretos, sin un perímetro delimitado, con la única muleta del placer de contar una historia. Con palabras. Él mismo lo insinuaba, hace tiempo, cuando presentaba 'Dies de frontera': "Una novela puede estar ambientada en cualquier lugar". Efectivamente. Y lo ha conseguido, sin ni siquiera mentar el nombre de una calle o de un grupo musical o una canción, sin aquella obsesión explícita por los detalles. Sin ni siquiera dar nombre al personaje (un enigmático, maniático H.). Y, sin embargo, Pagès ha dado un paso más en su carrera, majestuosa, en la línea de siempre pero con una particularidad que habla de su virtuosismo. Dios está en los detalles, sí, pero en otros detalles, porque, como decía Flaubert (y el mismo Pagès lo recalcaba), "cualquier cosa es literatura si la miras con atención".
Pagès ha mirado con atención este individuo que se mueve a medio camino de Cosimo Piovasco, el 'barón rampante' de Calvino, y de Xavier de Maistre del 'Viaje alrededor de mi habitación'. El primero es aquella "persona que se fija voluntariamente una difícil regla y la sigue hasta las últimas consecuencias, ya que sin ella no sería él mismo". Y el segundo, recluido en su hábitat, experimenta "el gozo que provoca viajar en la propia cámara al abrigo de los celos inquietos de los hombres. Hay algún ser lo bastante desgraciado, bastante abandonado, que no tenga ni un rincón donde pueda retirarse? ".
El protagonista de la novela decide sobrevolar el mundo con la ayuda de una 'cama flotante' que le sirve de refugio y atalaya
El H. de Pagès no es que tenga una habitación (que sí la tiene: su "sancta santorum") sino que es en este espacio donde, sobre todo, encontramos una cama que se convierte en el otro protagonista de la novela. También existe la Dona y una abogada que podría ser su reencarnación, una especie de posibilidad (lejana y frágil) de huir de la misantropía. Pero quedémonos con la "cama articulada situada en el centro de la pared", y con “todos aquellos artefactos dispuestos en semicírculo con el objetivo de facilitar los movimientos de H.: la nevera portátil, el orinal médico, la bobina industrial de servilletas, el dispensador de barritas energéticas, la caja hermética para los residuos". Como el barón de Calvino, que un día subió a los árboles, H. decide sobrevolar el mundo, la realidad que es mezcla de certeza, sueño y locura, con la ayuda de un "cama flotante" que le sirve de refugio y de atalaya. Que despega y es fortaleza, un castillo.
La vida de H. está hecha de precisión y recurrencias. Es un hombre "de mediana edad que yace en una cama articulada, un cartero solo y cansado con el padre enfermo, nostálgico de una fiesta, de una belleza, de una luz que se han apagado para siempre". Las reglas que él mismo se impone (las líneas concéntricas, sin poder dar marcha atrás, las posturas que adopta en la cama, las manías matinales) son las de un observador que a veces interviene bruscamente en la realidad (para conseguir purificarse; para volver a la tranquilidad, para explorar, como un novelista) y a veces se adelanta al hecho de vivir porque, sobre todo, tiene pasión por el método, por la previsión.
En este espléndido 'Robinson', el viaje es, como decía el mismo Pagès de 'Dies de frontera', "una performance, y la función del narrador es certificarlo". Afirmaba entonces: "Es un libro muy diferente, pero se nota que lo ha escrito la misma persona". Ahora, igual. El mismo narrador musculado y virtuoso.
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