CRÍTICA DE CINE

'Barry Seal: el traficante'. Un hombre sin sombras

Quizá debido a Tom Cruise, la película de Liman es frenética y entretenida pero vocacionalmente liviana y superficial

Nando Salvà

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Entre finales de los 70 y la primera mitad de los 80, Barry Seal pasó de ser un piloto comercial a trabajar para la CIA transportando armas para las milicias anticomunistas que luchaban contra los sandinistas en Nicaragua, al tiempo que ayudaba al cartel de Medellín a introducir montañas de cocaína en Estados Unidos. En el proceso ganó más millones de dólares por su trabajo de los que era físicamente capaz de almacenar.

Es del todo razonable suponer que cualquier retrato de un sujeto así debería estar lleno de sombras pero, probablemente a causa de los habituales reparos del actor Tom Cruise a la hora de interpretar personajes de moralidad turbia, la nueva película de Doug Liman se muestra ansiosa por caracterizar a su protagonista como un tipo fundamentalmente decente. Liman y el guionista Gary Spinelly han confesado haberse inspirado en 'Uno de los nuestros', y la influencia del clásico de Scorsese queda patente escena a escena. La diferencia es que 'Barry Seal: El traficante' carece por completo de la complejidad psicológica y la dimensión tragicómica de aquel modelo.

El cine americano lleva toda la vida contando historias de gente dispuesta a llegar tan lejos como haga falta para alcanzar su versión del Sueño Americano, y la que Liman cuenta aquí no parece especialmente interesada en explorar el asunto desde nuevos enfoques. Es vocacionalmente liviana y superficial tanto cuando pone en cuestión las políticas internacionales y las mentiras de los gobiernos de Jimmy Carter y Ronald Reagan como a la hora de ahondar en las motivaciones de su protagonista. Se conforma con ser frenética, vibrante y endiabladamente entretenida.