ESTRENO EN EL TEATRE ROMEA
'E.V.A.', el homenaje a T de Teatre por encima de todo
La aclamada compañía cumple 25 años de trayectoria con una dispersa e irregular comedia dramática
José Carlos Sorribes
Periodista
JOSÉ CARLOS SORRIBES
Navegar durante 25 años en las aguas, nunca calmadas, del teatro catalán solo puede hacerse a bordo de una sólida embarcación. Como la que ha construido a lo largo de este cuarto de siglo la compañía T de Teatre. Ahora lo celebra en el festival Grec, en el Romea, con una nueva muestra de su talento interpretativo al servicio de una obra quizá poco gratificante para este aniversario. Ya lo es en su misma definición: una comedia dramática sobre el dolor.
'E.V.A.' (escala visual análogica del dolor) es el título de un texto con tres firmas –quizá demasiadas– para su autoría: la del también director Julio Manrique, la de Cristina Genebat y la de Marc Artigau. Presenta un cuadro de historias cruzadas de cuatro mujeres maduras, amigas del cole y con una vida aciaga. Ágata es actriz (Ágata Roca) y está de los nervios por un estreno en el que debuta como cantante por el 25 aniversario de su compañía. Autorreferencia meridiana.Y por si fuera poco, su madre acaba de escaparse de una residencia. Paloma (Marta Pérez/Chantal Aimée) es una anestesista ponente en Estocolmo de una ponencia sobre la E. V. A. Tiene tanto éxito profesional como desamparo personal. El cajón de sus sentimientos está vacío. Lola (Rosa Gàmiz) es una apasionada agente inmobiliaria que busca más fuego para salir del tedio existencial. Y Clara (Carme Pla) es una profesora en excedencia, aquejada de una dura hernia discal, y que necesita poner orden en su vida. Empezando por la relación con su hija Eva (Carolina Morro), canguro de Clara.
GRAN ARTEFACTO TEATRAL
En esos caminos se cruzan varios hombres, interpretados por Jordi Rico y Albert Ribalta. El primero es el auxiliar de la residencia de la madre de Ágata y también, en otra escena, el intérprete de Paloma en Estocolmo y su pretendiente no correspondido. Ribalta es Yoshiro, un especialista japonés en el método de Marie Kondo, que ayudará a ordenar su armario (también el vital) de Clara. En otra escena es Ángel, un excompañero de colegio que se reencuentra con Lola al buscar piso.
El tejido argumental, está claro, es el propio de grandes artefactos teatrales. El problema de 'E. V. A.' es que ese tejido no está bien cosido, con tendencia a la dispersión y a la pérdida de foco. Las cuatro amigas, por ejemplo, se acaban reencontrando de forma algo atropellada, y sin mucho desarrollo, y pasan cuentas de la misma forma. El dolor se manifiesta en múltiples formas como el que provoca una mala relación familiar, el paso del tiempo, el fracaso existencial y profesional o el rencor por un antiguo caso de 'bullying'.
Esa ambición juega en contra de una puesta en escena con altos y bajos. La comicidad gana la partida al drama y lo aprovecha Gàmiz con el personaje que da más juego, junto al de Ágata (Roca). Le toca llevar a esta el peso de la autorreferencialidad teatral, justificada por esos 25 años pero forzada en algunos guiños.
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