Sònia Hernández: ni fealdad ni impostura
La escritora barcelonesa construye un mecanismo literario sobre ficción y realidad en 'El hombre que se creía Vicente Rojo'
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Desde que Sònia Hernández figuró entre los veintidós mejores narradores en español que lanzó la revista 'Granta' en 2010 no ha dejado de confirmar las razones de su inclusión en aquella nómina. Lo ha hecho con firmeza y sin estridencia ni gesticulación pública, como ocurre con los escritores genuinos. Aunque es autora de un par de poemarios, Sònia Hernández es ante todo una narradora exigente, poco dada a la frivolidad y la literatura de escaparate. En los relatos de 'La propagación del silencio' (2013) o en las novelas cortas (un género arisco que ella domina con seguridad) como la muy recomendable 'Los Pissimboni' (2015) o ahora 'El hombre que se creía Vicente Rojo', la escritora construye universos densos y sombríos que sirven de caja de resonancia a formas de incertidumbre e inquietud que son las de los individuos desorientados y líquidos del mundo actual.
En esta novela, una periodista entrada en años y carnes —motivos ambos que contribuyen a su inseguridad—, separada y madre de una adolescente, Berta, se ve de pronto enfrentada a la posibilidad de escribir un reportaje sobre un pintor mexicano mundialmente famoso, Vicente Rojo. Lo ha conocido a través de su hija, a la que el hombre la ha acompañado desde el instituto tras verla sufrir un desmayo. La suavidad de maneras y la voz sosegada del pintor, junto a sus consideraciones sobre la pintura y el arte cautivan a la narradora, que tiene que sobreponerse a la resistencia de Berta, que ve con malos ojos a aquel hombre, cosa que a su madre no le extraña porque la chica vive convencida de que todo lo que la rodea es feo y degradado. Entre la depresiva mirada de la adolescente que solo ve fealdad y la serenidad que transmite el artista en busca de hermosura, la periodista siente que la clave para entender a Berta puede radicar en el pintor.
El antagonismo entre esos dos personajes se desarrolla con sutileza hasta que la revelación que ya está en el título (que el hombre no es realmente Vicente Rojo sino un impostor) trastoca todos los papeles y funciona como un dispositivo epifánico que empuja a la narradora a tomar una decisión que cambiará su destino, aunque eso es el lector el que tiene de suponerlo. Sònia Hernández ha tramado un eficaz mecanismo narrativo que acoge una seria reflexión sobre la función y sentido de la ficción literaria.
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