Rechazo a la realidad

La escritora argentina Mariana Enriquez revalida su idea de que el mundo está regido por lo mudable

RICARDO BAIXERAS

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El conjunto de relatos 'Las cosas que perdimos en el fuego' de Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973) dio suficientes muestras de que su escritura transita por una realidad inquietante que atenaza lo real desde una fantasía desbordada y desbordante. Una suma extraña de Cortázar y Poe, desde una escritura linealmente realista que sustituye momentáneamente la realidad configurándola como un espacio fantástico cotidiano y metafísicamente problemático.

Con 'Los peligros de fumar en la cama' vuelve por sus fueros para entregar doce historias que tienen el sabor del espacio cerrado, de la muerte que no descansa, de la infancia que regresa como una condena -Kafka al acecho-, de la música entendida como canibalismo atroz, de la ausencia sosegada y pacífica que convierte la presencia en puro delirio o de la sexualidad del corazón que mutila el encuentro con el otro.

La poética de estos cuentos viene provocada por la convicción de que la realidad está poseída por lo mutable, en cambio constante, en giro inesperado, espejeante y renovado. Si se quiere llamar a este libro magia, tópico o mito se estará en lo cierto. En cualquier caso, lo que aquí nos propone Enríquez es problematizar nuestra lectura sosegada del mundo, llámese como se llame. Es en este sentido que su escritura es subversiva como lo es el verso nerudiano que tanto gustaba al autor de 'Rayuela' y que bien podría explicar el lugar desde donde escribe esta narradora: “Mis criaturas nacen de un largo rechazo”. A la realidad. A la vida. A la muerte.

A golpe de muertos muy vivos, de vivos muy muertos, de niños y niñas que regresan del otro lado o de voces que registran el peso insoportable de lo fantasmático Enríquez está cartografiando el mapa de su propio linaje: extraviando su voz por la historia de las cosas todavía por suceder está ganando a la imaginación todo el dolor de un mundo más que personal, en franca rebeldía con las certezas que tristemente asolan a sus personajes. Si el lector quiere pensar que estos cuentos no le rozan puede hacerlo, si quiere creer que solo son literatura estará en su derecho, pero a riesgo y cuenta de olvidar que la angustia de lo fantástico es un terreno más que propicio para perderse.